La mañana fue intensa, Brie comió con sus padres en un buen restaurante, la gente se detenía para dar la enhorabuena a la campeona, su cara estaba en todos los periódicos y en casi todos los canales de deportes. Era historia. La comida fue agradable, llevaba tiempo sin salir con su familia a disfrutar de las buenas comidas americanas, se sentía más feliz que en mucho tiempo. Alrededor de las ocho y media, Brie comenzó a arreglarse para esa cena que tenía con Paul dentro de una hora: se puso unos pantalones vaqueros negros push-up, con un jersey de color blanco por dentro de éste, marcándole sus bonitas curvas. Sobre los pies, unos botines marrones y, para abrigarse, una chupa de cuero negra. No hacía mucho frío, se podía permanecer perfectamente en la calle sin chaqueta, pero Brie prefería siempre prevenir ante ráfagas de viento. Justo a las nueve y media, sonó el timbre, Brie se ajustó un poco la chupa para salir a recibir a su acompañante esa noche.
—¿Es oficial? —preguntó Chandler, bromeando—.
—No, papá, todavía queda tiempo para eso. Creo.
—¿Crees?
Chandler recibió un leve codazo de su esposa entre sonrisas.
—Déjala, Chandler.
—Eso, déjame. -añadió Brie—.
Los tres sonrieron, Chandler elevó las manos en son de paz y la dejó marchar hacia su destino. Brie abrió la puerta, Paul se había arreglado para la ocasión, se veía guapísimo, más que de costumbre.
—Hola... —Dijo ella sin saber qué más decir—.
—¿Hola? Yo esperaba algo mejor. No sé, tal vez un: «¡qué guapo estás!".
La rubia frunció el ceño, sabía que en el fondo estaba ante un creído, pero sonrió.
—Bueno, te lo habría dicho en caso de que fuera cierto pero... No lo es.
Paul miró hacia otro lado, cruzando sus brazos sonriendo de medio lado. Le gustaba la forma en que Brie ignoraba sus frases de ego, era la primera que lo hacía y eso le encantaba. No dijo nada, sólo le ofreció la mano para que ella se la diera, y como era de esperar, Brie se la dio, caminando juntos hasta la moto de color azul oscuro con la que Paul había llegado hasta su casa. Él la ayudó a subir a la parte de atrás, luego lo hizo él, notando cómo las manos de Brie abrazaban su cintura para agarrarse.
—Tranquila, no te dejaría caer —añadió Paul mientras arrancaba—.
Brie quedó muda ante sus palabras, aquellas que no esperaba escuchar nunca por parte de ningún hombre hacia ella. Esa fase sólo hizo que Brie se agarrara con más fuerza a la cintura del piloto, apoyando medio lado de la cara sobre la espalda mientras veía pasar las calles de Atlanta a cien por hora. Pasó casi todo el camino con los ojos cerrados hasta que empezó a escuchar sonidos extraños en el motor de la moto cuando estaban casi llegando al corazón de la ciudad. Le pidió a Paul que se detuviera en un lugar seguro y revisara la pieza de donde podría provenir la avería. De todas formas, el motor fue perdiendo eficacia e hizo que la velocidad fuera disminuyendo. Se detuvieron en mitad de una calle donde pasaban coches alrededor, Paul la arrastró por el manillar hasta la orilla de una acera junto a Brie. Ella lo miraba observando también la moto, prestando atención a cada cosa que hacía Paul, notándose en su rostro que estaba avergonzado por la mala suerte que había tenido. Intentó arrancarla, ya no funcionaba ni reaccionaba, se paró todo de pronto.
—Perdóname, Brie. No podré llevarte a un buen sitio a cenar... Tuve que haberla llevado a un taller hace tiempo, pero como siempre, me espero hasta el último momento. Sí, hasta dejar a una chica tirada con un pringado en mitad de una calle. Aunque podemos... No sé, ir a un bar de aquí cerca —dijo él—.
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Inmunidad.
Misterio / Suspenso< El mundo ha sido cautivo por un virus letal que convierte a las personas en muertos vivientes y, un poderoso científico, es el causante de tal atrocidad, creyendo que nadie es capaz de detener su horrible plan de destruir la humanidad, pero no...