Capítulo 109.

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A la mañana siguiente, su mascota dormía y aprovechó el momento para salir y regresar antes de lo previsto, pero justo al estar fuera, escuchó los pequeños pasos del animal, que la seguía como si Brie fuera ahora su madre.

⸺Oh, no. No me vas a dejar, ¿verdad? ⸺preguntó Brie, mirándolo⸺.

Humana y esa alma pura se miraron en silencio, Brie comprendió que para que el lobo fuera paciente durante sus salidas, debía amaestrarlo. Bufó por lo bajo, regresando al interior para enseñarlo, sin saber cómo, unas lecciones. Brie trabajó duro durante una semana amaestrando a su chico, al que bautizó como Ankor, un nombre que le daba bastante personalidad como rebelde y defensor de los suyos. Se encargó de seguir alimentándolo, poco a poco iba viendo un progreso positivo que a Brie le llenaba mil vacíos en su interior.

Tras una semana, por fin pudo salir de la cueva para visitar a los miembros de Sheller sin que fuera interceptada, necesitaba ver una cara conocida aunque fuera de lejos. Casi a punto de llegar, escuchó unos pasos cerca de ella. Observó y buscó un posible escondite sin hallar nada salvo la copa de un árbol, el cual escaló con rapidez hasta sentarse de cuclillas sobre la rama más alta y resistente. Desde las alturas, pudo ver a Dexter con un arco empuñado al lado de James, los cuales habían oído los pasos de la chica creyendo que eran de un animal al que cazar. Por extraño que pareciese, Dexter sintió la presencia y el perfume de Brie de alguna manera, sensación que le hizo detenerse y bajar el arma, dando vueltas alrededor de sí mismo intentando encontrarla con la mirada.

⸺¿Estás bien? ⸺preguntó James⸺.

⸺Brie...

Sin querer, su nombre salió de su boca y Brie agrandó los ojos sin moverse demasiado, evitando así hacer ruido.

⸺¿Qué? ⸺preguntó James, confuso⸺.

De inmediato, Dexter recuperó la compostura y carraspeó la garganta, saliéndose del paso y de las preguntas de James. Dexter siguió avanzando despacio en el lugar, mirando tras arbustos buscando algo que pudiera servir de anzuelo para conejos o simples madrigueras, pero una parte de su mente también le pedía buscar a Brie. James y los demás lo veían más distante que antes desde la ausencia de la chica, la cual lo había dejado tocado y jodido de alguna forma que se esforzaba en ocultar al resto para seguir mostrándose el mismo tío duro de siempre sin conseguir engañar a nadie, ya que, lo quisiera o no, había cambiado una pequeña parte de él y eso, por más que quisiera esconderlo o deshacerlo, era prácticamente imposible. Brie, desde arriba no dejaba de perderlo de vista, una parte de ella se alegraba por su vida mientras que la restante, ardía en deseos de bajar de ese árbol y estar junto a él. Intentó pensar qué podría haber significado que Dexter hubiera dicho su nombre, igual venían hablando de ella y eso lo sacaba de quicio. Sí, debió ser eso. Eso era lo que al menos ella pensaba. De nuevo, la misma pregunta retórica en su cabeza: ¿Cómo iba Dexter a sentir cosas por ella? Sólo habían tenido dos noches apasionadas de sexo sin ningún sentimiento serio de por medio, ¿no? Era una misma pregunta que ambos se hacían y de la que los dos tenían una respuesta clara aunque no quisieran verlo. ¿Quizá la verdad era que se estaban enamorando pese a estar separados? No, enamorarse era una palabra bastante cargante para dos personas tan duras de roer como lo eran Brie y Dexter solo que, a veces, un sentimiento mutuo era más fuerte que un ejército de soldados en plena batalla. Varios minutos después, James y Dexter se retiraron de allí, continuando su expedición de caza en otro lado, pero a Brie aún le quedaban varias personas que ver: como a Jacob, Cora e incluso a Dean, al que, irremediablemente, le había cogido cariño.

Esperó unos minutos más hasta bajarse de aquella rama y pisar tierra firme y poder regresar a la cueva con Ankor. Si sus cálculos no fallaban, ya llevaba más de media hora fuera y necesitaba regresar para seguir consiguiendo comida para su lobo, el cual, poco a poco iba creciendo y cambiando su pelaje gris a uno más blanquecino. De camino a la cueva, en vez de sentirse bien tras haber comprobado que Dexter estaba a salvo de la ira de Mac, se sentía como una mierda pisoteada, como una cobarde que, en lugar de enfrentar el chantaje de Mac, decidió huir de él. Nada más ver a Dexter supo que había retrocedido en sus progresos, y eso le hizo sentirse todavía más inútil. Si algo tenía claro a pesar de cómo se sintiera ella, era que no regresaría a Sheller por más que sus demonios internos la tentaran aunque una parte de su alma estuviera dividida entre la gente que conocía y ella misma.

Y así pasaron dos meses, dos meses en los que Brie no había salido de esa cueva junto a Ankor, el cual ya se había hecho todo un lobo fortachón que se atrevía a salir y a socializar con los de su especie hasta que regresaba junto a su ama, la que solamente salía para cazar y conseguir provisiones sin atreverse a merodear cerca de Sheller por si se cruzaba con Dexter, al cual se había propuesto olvidar. Esos sesenta días en soledad la dejaron pensar con claridad y sólo bastaron treinta para darse cuenta de que lo que había sentido por el cazador más testarudo de toda la historia sólo fue una absurda ilusión pasajera. Para Brie ya se hubo resuelto el problema: era prácticamente normal que alguna vez en su vida se sintiera atraída por alguien, pero de ahí a enamorarse...El amor era como una cárcel para ella. No obstante, un día se planteó la idea de volver y algo por dentro se lo impidió, algo extraño que la joven no supo identificar. Como es ley de vida, ella ya se había hecho otro año más mayor, ahora podría decirse que ya era una adulta con sus veintiún años, pero dejó de ser una niña cuando le robaron la inocencia de la peor de las maneras. Siempre había pensado que la soledad había sido lo suyo, y ahora que lo estaba, necesitaba como nunca la compañía de alguien para, al menos, charlar y reír. Su alma se estaba recomponiendo de tantas grietas, al fin empezaba a ver la realidad con optimismo y no con esa rebeldía que usaba como coraza para evitar el sufrimiento. En ese momento se acordó del pelirrojo, de ese hombre de tan buena fe y buenas intenciones que mostraba con todo aquel que conocía. Lo admiraba, era lo más parecido a un padre que había tenido en tres años. Casi estaba a punto de caer el otoño para dejar paso al invierno, a sus corrientes y a sus copos blancos que teñían toda una ciudad y le daban un ambiente fantástico a algo que yacía muerto. 

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora