Capítulo 68: <Preguntas>

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Ambas mujeres se hallaban en el interior del bosque; Brie portaba una ballesta a la espalda, un arco empuñado y una pistola con silenciador en su cinturón marrón. Llevaban varios minutos caminando, posiblemente Ellen sabía hacia dónde iban mientras que Brie no tenía ni idea y se encontraba más desorientada que de costumbre. Llegaron a una especie de caseta abandonada, cuya puerta principal tenía un candado que impedía acceder al interior; como si tuviera dueño o en ella se guardara un gran tesoro que no se debía robar. Las dos detuvieron el paso a unos metros de la puerta, desde ese ángulo se podía contemplar entera e incluso ver las imperfecciones y las malas hierbas que crecían alrededor.

—Espera —le dijo Ellen—.

La castaña se acercó hasta la puerta, sacando una llave de latón para abrir el candado, retirándose después con rapidez hasta ponerse al lado de Brie nuevamente.

—Prepárate. Quiero que uses las tres armas que llevas equipadas o estaremos repitiendo este proceso hasta que aprendas. Sé ágil y veloz, pero con cabeza.

—¿Qué saldrá por esa puerta, Ellen?.

La profesora volvió a sellar sus labios, Brie empuñó el arco con una flecha ya cargada sin dejar de observar la puerta. Tras ella, se comenzaron a escuchar gruñidos, los mismos que producían los infectados. Brie tragó saliva, no sabía si avanzar o quedarse en ese mismo lugar anclada de pies en la arena. Inesperadamente, la puerta se abrió de golpe, saliendo del interior de la casa, unos cuatro caminantes en primer lugar que se acercaban como bestias feroces a las mujeres. Brie disparó la flecha, clavándola en la cabeza de su primer objetivo y, luego de aquello, sacó la pistola y corrió con seguridad hacia uno de ellos, el más próximo a ella, disparando el arma también en la cabeza. Uno de los caminantes la agarró por la espalda, Brie dio una fuerte patada a una de las rodillas partiendo la rótula, lo que hizo que cayera al suelo. El otro, le venía de frente, estuvo a punto de agarrarla cuando Brie lo esquivó y lo alejó de un empujón, aprovechando para tirar el arco al suelo y cargar la ballesta que llevaba a cuestas. La primera flecha se desvió, así que retrocedió un par de pasos más a la vez que cargaba nuevamente una flecha, disparándola y clavándola en el cerebro podrido del contrario. Ya sólo quedaba uno; el de la rótula rota, que se arrastraba aún con fuerza por el suelo para comerse a Brie o a quien fuera necesario. La chica recuperó su arco, miró a ese infectado de frente y apuntó con la pistola. Sin parpadear, apretó el gatillo y lo remató. Ellen estaba asombrada por la forma tan elegante con la que había actuado, aunque en el fondo se lo esperaba, la puntería era lo que mejor sabía dominar Brie. Se aproximó hacia su alumna dando un par de palmas y después un par de toques en la espalda.

—¿Sabrías hacerlo otra vez? —preguntó Ellen—.

—Sí, esto llevo haciéndolo mucho tiempo. Tal vez no de esta manera, pero algo parecido.

Brie tomó aire apoyando las palmas de las manos sobre sus muslos mientras veía caer el sudor de su frente junto a la arena, preguntándose qué clase de loca era Ellen para encerrar infectados en una casa que le podía servir como un refugio secundario.

—¿Por qué los tenías encerrados ahí? —se atrevió a preguntar Brie—.

—Para momentos como este.

La rubia arrugó las cejas extrañada.

—¿Acaso has enseñado a alguien más a pelear?.

El rostro de Ellen se volvió tan pálido como un copo de nieve, sus expresiones faciales incluso quedaron congeladas de igual manera que un iceberg.

—Responde mi pregunta —le exigió ella con extrema seriedad—.

—No creo que sea necesario responderla. Deja de hacer preguntas absurdas.

Ellen se acercó hasta la puerta para poner el candado otra vez en la cerradura. Brie estaba segura de que allí dentro había más encerrados, teniendo la certeza de que ella no había sido su primera alumna a la que dar clases de lucha. Cuando Ellen regresó nuevamente a su lado, la miró unos segundos y caminó hacia el refugio, pero Brie le prohibió el paso poniéndose delante.

—¿Quién fue? —volvió a insistir Brie—.

—No metas las narices donde no te llaman.

Ellen intentó seguir caminando, pero Brie, se atrevió a ponerle la pistola en la cabeza con tal de retenerla una vez más.

—¿Acaso fue Erron? Sé que conoces la historia de mi hermano. Dímelo, Ellen.

—No voy a decir nada, así que puedes disparar.

—Sólo dime si fue Erron. No quiero matarte.

Rápida como una bala, Ellen agarró la pistola con la mano izquierda y, con la derecha, golpeó fuertemente la muñeca de Brie haciéndose con el arma.

—Entonces déjate de gilipolleces —añadió Ellen, apartando a Brie de un leve empujón—.

Por primera vez, Brie se sentía más cerca de Erron quenunca, en el fondo, siempre había tenido la esperanza de que seguía vivo encualquier parte del planeta. Resignaday en silencio, siguió a su profesora hasta llegar al refugio donde las dos sedieron la espalda durante todo el día. Brie se entretenía estudiando todos susmovimientos, sus gestos, intentando averiguar si ella era de los buenos o delos malos a pesar de que se estaba comportando como una aliada.

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora