Capítulo 64: <Muerta>

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Brie se apresuró en volver a alcanzar el nudo de los pies para poder moverse con soltura y así matar a ese intruso descompuesto. Había agarrado el nudo justo en el momento en el que un par de colmillos se clavaron en el tobillo derecho de Brie. Gritó de dolor, aún no podía ser consciente de que por primera vez, había sido mordida por un infectado, lo que significaba que eso la llevaría a transformarse dentro de un par de horas. El dolor era tanto, que Brie clavó los dedos dentro de las órbitas de ese infectado haciendo fuerza hacia arriba aún con las manos atadas hasta que despegó la cabeza del cuerpo lanzándola lejos. No había tiempo, quedaban pocos segundos para que entrara uno nuevo a la habitación, así que se dio prisa en desatarse el nudo de la tela hasta romperlo. Seguidamente, se levantó del suelo con el tobillo ensangrentado, apenas podía moverse como a ella le hubiera gustado. Entró un infectado, Brie corrió cojeando hasta el único cuadro de cristal que había colgado sobre la pared, rompiéndolo y cogiendo un trozo de cristal para intentar romper la tela de sus manos mientras esquivaba al segundo rival que estaba ansioso de carne humana, posiblemente el más sediento con el que Brie se había cruzado. Rompió la tela de sus manos y, con el mismo cristal, mató a esa cosa y a los tres que entraron después de él. Cayó al suelo vencedora y vencida, mirándose la herida que cada vez cogía un color más oscuro. De nada le había servido volver de la muerte si ahora le tocaba morir otra vez pero para toda la eternidad. Joey subió a la planta de arriba quedándose satisfecho al ver que Brie había sido mordida por una de esas cosas. Se fue acercando a ella hasta inclinarse a su altura para humedecer los labios con su lengua.

—Yo jamás te habría matado... Ahora ya sabes que yo no soy tan malo como pensabas —susurró Joey, retirándole el pelo de la cara—.

—Que te den, Joey. Dentro de poco seré una de ellos, alcanza tu pistola y pégame un tiro.

—Hay algo peor que morir de un tiro en la cabeza; y es ver cómo te estás muriendo. Ya no me sirves, pero eso no significa que te vaya a reventar la cabeza. Eres libre, puedes marcharte.

Brie intentó levantarse del suelo, caminaba hacia la puerta de la habitación para marcharse para siempre. Curioso todo; seis meses intentando escapar para luego marchar por su propio pie por petición de Joey pero mordida.

—Me dijiste que me matarías. Espero tu regreso de entre los muertos para poder verlo y espero que seas más rápida que la trayectoria de mis balas.

No dijo nada al respecto, era un auténtico gilipollas y no merecía la pena gastar energía para insultarlo, ya no. Bajó las escaleras dejando leves gotas de sangre por cada paso, ella y Jacob se miraron por última vez de reojo para que nadie pudiera notar su cariño y amistad. La chica salió afuera, pudo ver nuevamente la libertad pero, esta vez, era inalcanzable para ella a pesar de estar libre en ese momento. Estuvo caminando horas y horas y desarmada sin encontrarse por ahora a ningún infectado, pero al cabo de ciento veinte minutos, sintió que las piernas le fallaban y acabó cayendo al suelo casi sin aliento. Miró al sol, el que pronto se ocultaría detrás de una gigantesca nube gris que no quería ver la realidad de ese mundo. Fue cerrando los ojos lentamente hasta que su cerebro se cernió junto a ella en un sueño profundo, aunque por suerte, su corazón seguía latiendo con fuerza.

Poco tiempo después, Jacob la encontró tumbada en mitad de esa carretera con el tobillo herido y la cara pálida como un cadáver. La creyó muerta nada más verla, por eso ni siquiera se molestó en tomar su pulso, simplemente se sentó a su lado y depositó su arco rojo junto a ella para que muriera al lado de su compañero de aventuras tal y como Brie hubiera deseado.

—Lo siento —susurró Jacob, secándose una lágrima—. Nos vemos pronto, supongo.

Jacob se levantó del suelo y se marchó mirando atrás una última vez, lamentando de corazón la muerte de aquella adolescente que había conseguido sacar lo mejor de él. El organismo de Brie todavía seguía vivo, aunque tenía una fiebre demasiado alta, su cuerpo seguía sin morir todavía. Pronto empezó a llover, el agua arrastraba y limpiaba la sangre de su herida mientras eliminaba la mugre y la porquería de su rostro, cabello y ropa. El viento venía fresco, eso le hizo que su fiebre desvaneciera un poco más, aunque no demasiado.

Desde la lejanía, se acercaba un coche que se paró apocos centímetros de su cuerpo, bajando de él, una silueta con botas militaresde color negro. Dos dedos se colocaron sobre el cuello de Brie para tomar supulso y, al sentirlo, esa persona misteriosa la cogió en brazos y la subió concuidado al asiento trasero del coche, poniéndole una venda blanca cubriendo elmordisco y un fuerte torniquete para que no perdiera más sangre.

Inmunidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora