Lejos de la segura vegetación en la montaña, las temperaturas habían subido exageradamente. Podrían haber estado a veintitrés o veinticinco grados en Hwang, pero en Hanyang debían estar soportando al menos treinta y tres al mediodía, cuando el grupo bajó.
Una ola espesa de vapor emergía de la tierra, sofocante, extendiéndose con el olor a sudor de la gente que se paseaba por las estrechas calles de tierra ligeramente oscura, como único testimonio de que había estado lloviendo durante la noche.
Entre los transeúntes, destacó finalmente un grupo cuyas ropas los distinguían con facilidad, procurando refugiarse en cualquier rincón de sombra. Al menos un par habían abierto sus abanicos plegables y los agitaban frente a sus rostros tratando de disipar un poco la ola de calor, a pesar de que todos llevaban un sombrero.
Así era el verano bajo la montaña. Las noches se llenaban de humedad que, se supone, debía refrescar la tierra, pero sólo la volvía más caliente, pues tras las lloviznas o tempestades, el cielo se despejaba con la luz del alba y las temperaturas ascendían hasta los treinta y cinco grados o un poco más.
En aquel año, la máxima que habrían soportado debía rondar los cuarenta y tantos grados, obligando a muchos, con la posibilidad, a refugiarse en sus hogares hasta que llegara la noche, por lo que, indistintamente de sus prendas, fue imposible ignorar al grupo de peregrinos con expresiones fastidiadas en sus caras. Lucían apáticos mirando el suelo, llevando sus abanicos plegables en las manos y siguiendo a la chica cubierta con un jeogori de seda color azul.
— Ah. —Suspiró ella volviéndose para verlos. — Sé que el calor es bochornoso, pero ¿no podrían cambiar esas expresiones suyas? Hacen que todos nos miren como si fuéramos matones.
— Estamos aquí por la inspección. —Resolvió un chico a su espalda.
Desafortunadamente, habían llegado en el punto más caluroso y nadie podía estar de buen humor si el clima al que estaban acostumbrados era más agradable. Ari suspiró y continuó dedicando una sonrisa a sus compañeros.
— En pares. Vaguen un poco entre las calles y vean si pueden escuchar algo. Entren a algunos locales, quizá puedan encontrar algún bocadillo de su gusto. Procuren ser discretos y no se involucren con nadie. Sean amables y digan que son del norte y están vagando solamente. Sang Hyun, ven conmigo. Nos veremos aquí mismo en la mitad de tiempo.
Por supuesto, se refería a media hora. Ellos medían el tiempo hora a hora, utilizando relojes solares y midiendo la distancia que avanzaban a paso constante en días comunes. Así, un tiempo representaba cinco kilómetros.
Cuando el grupo se separó, ella caminó junto al chico que había nombrado mirando a los lados de las callejuelas.
— Tengo una idea de a dónde podríamos ir, pero es un lugar concurrido. Quizá tengamos que separarnos estando allá. Escucha lo que puedas y memorízalo. Especialmente si escuchas algo relacionado a Sin Gong Chul o Sin Woo-Ri.
— Está bien.
Miraba curioso a los lados. La presencia de guardias no era evidente. De hecho, apenas había visto a uno comprando una sandía en un local un par de metros atrás. Se notaba la ausencia del emperador, pues habiendo nobles con sus propias guardias no sería necesario desplegar a más para vigilar a los plebeyos, cuyos asuntos no parecían importar en lo más mínimo a los de altos rangos.
Ari acomodó su largo jeogori sobre su cabeza para que la protegiera de los fuertes rayos solares y de la vista de la mansión por la que cruzaban enfrente, pensando más bien en dar una imagen de evasión si el dueño estuviese cerca y la mirara continuar su camino con cierta tristeza, mas no fue así.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...