XCIX

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— ¿Dónde está ahora?

— Encerrado en la habitación de las luciérnagas, señor. No ha salido de allí desde que llegó.

— ¿Y su sirviente?

— Se fue poco después de que usted le dijo a lord Yul que los guardias ya fueron avisados.

Con esas simples palabras, Sin Gong Chul sonrió previendo un camino libre para sus propios fines, completamente ajeno a la realidad del par de desconocidos.

La primera idea era que fuese Yul quien volviera a la aldea para informar, pero Jeong había fruncido el ceño molesto, aunque no renegó ni una sílaba.

Así había conseguido convencer al menor. El viaje no sería riesgoso, y Jeong conocía bien el camino. Y, también, ya que Yul sabía que se molestaría más si lo dejaba allí de nuevo y terminaría siguiéndolo, lo mejor sería evitarse tantos rodeos y simplemente lo envió.

Al paso de varias horas, con los colores del crepúsculo tornándose oscuros y la luna subiendo hacia el centro del cielo, el fuerte galope de un corcel estremeció la ladera recubierta de un pasto que se secaba progresivamente. Sobre su lomo, Jeong mantenía una posición agazapada, permitiéndole más agilidad tanto en el trote como en la posible necesidad de saltos imprevistos; y al mismo tiempo asegurándose un soporte firme y seguro en cada rebote de esas fuertes patas.

No llevaba una linterna. Sabía que la brillante luz lunar de otoño le sería suficiente si conseguía llegar en las primeras horas de penumbra. Y a ese paso, estaba seguro de que lo haría, especialmente cuando alcanzó a vislumbrar el río. Más arriba estaría el puente y unos metros más adelante estaría la aldea donde, pese al fuerte viento que llegaba desde el horizonte, sus ocupantes estarían, alegremente, recogiendo las primeras cosechas maduras. Repartiendo el alimento al ganado en los establos y en los gallineros. Aprovechando los últimos instantes de luz y previos a cualquier cambio climático. Después cerrarían todo e irían al refugio.

Visto desde el interior de la casa, Ari percibía a los pequeños grupos yendo y viniendo con sus habituales materiales de trabajo; los niños corrían de un lado a otro llevando sus linternas en las manos y reían divertidos mientras ella, entre sus manos, arrugaba, enrollaba y desenvolvía un pequeño paño blanco que bien reconocía.

¡Es Jeong!

Escuchó la voz de algunos niños más cerca de la última casa antes del puente, atrayendo la atención de otros tantos que no dudaron en correr en esa misma dirección.

Ella también miró.

El castaño entraba montado en el caballo. Se había erguido, ya que el ritmo del paso había descendido y saludaba alegre a cuántos se acercaban.

— Es bueno verte, Jeong.

— ¿Y Yul?

— Decidió que era mejor que se quedara. —Desmontó con agilidad dejando a los niños recibir al animal.

— Jeong. —Le llamó Ari acercándose. Él la miró y le sonrió. — ¿Qué resultó? ¿Está hecho?

— ¡Ah! Aún no. Por eso Yul se quedó. Dice que hacer las entrevistas correspondientes ganará tiempo y nos permitirá investigar mejor. Hoy comenzamos con la ciudad y he traído noticias que —Miró a un lado— no creo tan alentadoras como quisiera hacerlas sonar.

— ¿Por qué? ¿De qué se trata?

— Jeong, por favor dinos.

— ¿Acaso sucedió algo?

— ¿Están en problemas?

— Deberíamos bajar de inmediato, en ese caso.

— No, no. —Calmó Jeong. — No estamos en ningún problema. O al menos no había ninguno cuando partí en la tarde. —Suspiró.
— Las cosas resultaron distintas de lo que se planeó originalmente, comenzando por el hecho de que nos encontramos con Sin Gong Chul casi al pie de la montaña. Estaba subiendo con un grupo armado de guardias ayer. —La gente se miró angustiada.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora