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Al llegar a la ciudad de Hanyang recibieron cientos de miradas curiosas. Los murmullos, intentando adivinar quiénes eran y lo que hacían allí no se hicieron esperar tampoco.

Las mujeres que lavaban en los arroyos fueron las primeras en verlos. Los habían seguido mientras cruzaban los puentes de madera hacia el centro de la ciudad.

— Parecen tontos pretendiendo que saben dónde están.

Murmuraban al verlos pasar, pero ellos seguían con sus rostros cubiertos con sus capuchas que se ondeaban al viento de finales de otoño y los ojos en blanco. Sus mentes estaban centradas en su misión para esa noche.

El mercado estaba abarrotado por mercaderes y consumidores. Voces y miradas se aglomeraban de un lado a otro. Las voces de los comerciantes invitando a cualquiera a pasar a ver sus productos parecían una batalla feroz por la atención de los clientes y había olores mezclados de comida y fragancias en el aire.

— Forasteros, la casa de estofado de esta ciudad es la mejor que encontrarán en la nación. Por favor pasen y tomen asiento.

Se jactaron unas mujeres al acercarse, más bien curiosas por ver el contenido de sus carretas.

— No es mala idea. —Intervino Hwan sin alzar la cabeza y hablando entre los vendajes un poco sueltos. — Deberíamos tener algo de comida antes de continuar.

— Muchacha —Habló un anciano interponiéndose al frente del príncipe, pues estaba recibiendo muchas miradas curiosas—, somos humildes mercaderes que van de paso, así que antes de consumir de este negocio debemos saber: ¿qué clase de estofado sirven aquí y cuánto cuesta? Quizá podamos llegar a un buen acuerdo.

— ¿Mercaderes dicen? —Habló alguien más. — Nunca los había visto. ¿De dónde vienen?

— Hemos emprendido nuestro negocio de fragancias y artículos de metal y barro hace apenas unas semanas. Venimos desde Pyongan.

Sí, habían tenido que mentir también. Más por seguridad que por placer. Decir que llegaban de Hamgyong sería evidenciarse, pues muchos más en los alrededores debían ya saber que los guardias del palacio habían ido a aquella provincia.

— ¿La zona norte?

— Dicen que allí hay metal y artesanías de muy buena calidad.

— Ah, sí. —Anunciaron con ánimo. — Nuestras mujeres tienen manos maestras en la elaboración de jarrones, ollas y otras piezas. Además, para la cruda temporada que viene pueden pasar a ver también nuestras mantas hechas de fibras cálidas y que están a buen precio.

Ganaron la atención de muchos pronto. Incluso de las mujeres curiosas que se habían acercado primero.

Mientras mostraban productos que, de hecho, habían elaborado para su trayecto y ejecución del plan, Hwan miró a la docena de niños que llevaba en su carreta y asintió una vez.

Jovencitos, guiados por aquel de nombre Yi Sok, se bajaron de la carreta dejando solamente a las cuatro niñas, que se encargaron de fingir jugar a coser y rellenar bolas de telas de colores.

Los niños pretendieron curiosear por los negocios alrededor y después jugaron con las pequeñas bolas de las niñas.

— Devuélvemela. Aún no la he terminado. —Se quejaban desde la carreta pretendiendo crear una escena cotidiana entre niños y niñas a la que pocos, en realidad, prestaron atención.

Después de hacer buenos negocios, se sentaron a disfrutar de grandes platos de estofado, rodajas de verduras curtidas, platos de arroz y unos cuantos bocadillos dulces.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora