CVI

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Una nueva mañana apareció con un viento implacable. Incluso con la cercanía del mediodía la luz era escasa por las nubes grises y el vendaval amenazaba con su habilidad para sofocar el viaje que aquellas carretas, ancladas a fuertes caballos adultos, que se dirigían a la provincia de Yangdong en un viaje que ya había durado varios días.

En el interior de las carretas, los pasajeros intentaban refugiarse del frío en cualquier rincón, bien envueltos en sus abrigos de lana. O así eran casi todos, excepto aquellos dentro de esos dos carros en donde, por separado, viajaban Ari y sus hermanos. Ella se había dedicado a observar los paisajes entre sus siestas o a pasar las cuentas de sus pulseras contándolas, como si alguna pudiera faltar. Por su parte, los chicos, sin el mínimo temblor en sus cuerpos, pasaban hojas de los libros que llevaban consigo.

Los guardias, montando alrededor de los carros y, algunos más conduciéndolos, mantuvieron los ojos un poco cerrados para agudizar su visión hasta que entraron en la zona del campamento.

Extendido por la llanura en medio de la arboleda, se alzaba el asentamiento de tiendas tan común en esas fechas. Ya había varios guardias paseando de un lado a otro, preparando caballos, perros de caza y los arcos y flechas para los nobles.

Uno de ellos fue quien se acercó para recibirlos con venias y adulaciones bien practicadas. Después, fue el encargado de guiar a los recién casados y a los invitados hasta el lugar donde se hallaba el emperador en compañía de algunos nobles que, curiosos por los chismorreos, no habían podido evitar la necesidad de desvelar sus propias conclusiones.

Lo que más llamó su atención, fue la serenidad que se reflejó en los hermanos desde su caminar cuando entraron hasta su postura al saludar.

Todo se hizo según lo estipulado. Durante un largo rato fue Yul cuestionado por los consejeros de su majestad, y él respondió con una voz llena de calma y claridad. Algo de sus acentos y de sus expresiones recordaría, sin duda a los más viejos, aquellas formalidades usadas en tiempos pasados, pero no dejaron de ser encantadores. Sí. Sin Gong Chul había tenido razón: con sus modales finos y su buena presencia, no tardaron en recibir una cálida bienvenida de la propia boca del emperador, al igual que una cordial y formal invitación para unirse al campamento hasta que la cacería terminara, siendo complacido al escuchar el agradecimiento y aceptación del joven moreno.

Incapaces de contener las ansias y llegado el mediodía, todos salieron de nuevo siguiendo de cerca al soberano, que había permitido a Yul caminar detrás de él para seguir su conversación.

— El campamento se asentó hace tres días y hace dos se inició la caza. Dígame, lord Hwang, ¿sabe cazar? —Yul bajó la cabeza demostrando cierta pena con una sonrisa tímida:

— Yo... fui entrenado en lo básico: arquería y lanzamiento de jabalinas, pero no soy realmente bueno en ello. No estoy seguro de poder alcanzar un objetivo en movimiento.

— ¿Nunca ha cazado?

— Me temo que no. Nunca he tenido la necesidad. —Los nobles lo miraron como si fuese algo cómico o tierno.

— Es una pena. Todos teníamos muchas ansias de verlo en acción.

— Bueno, es aún muy joven. Podría aprender con un buen maestro.

— ¿Por qué no nos acompaña hoy, lord Hwang? Podríamos instruirlo.

— No sé si deba ahora. —Intentó ser amable en su rechazo.

— ¿Y qué hará? ¿Se quedará con las mujeres y los niños? Eso no sería propio.

— Yo mismo lo sé, lord. —Continuó con paciencia. — Me gustaría aprender, sí. Se lo agradezco, mas con lo cansado que estoy por el viaje, me temo que no sería de gran utilidad y sólo los haré perder presas. Pero, asumo que este no es el último día, ¿no es cierto?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora