Las lluvias que anunciaban la proximidad del otoño estaban comenzando a esparcirse en pertinaces lloviznas por toda la península. Dos años habían pasado. La siguiente línea de príncipes había aumentado en respecto a los matrimonios. Cada uno era asignado a una región y se le otorgaba una mansión, aunque aún había ocasiones en que recorrían las largas distancias sólo para asegurarse del estado de sus familias, que no era el mejor ya en ese punto.
Durante esos dos años, aunque el emperador había estado mucho mejor, se habían apresurado a celebrar su salud, pues a menos de un año de haberse recuperado de aquella larga enfermedad, había vuelto a caer en cama, adicto al sabor amargo del té que le servían tres veces al día en pequeñas cantidades hasta que su cuerpo se había quedado postrado y todas sus órdenes eran sólo emitidas por Bong Hyunjong. La fiebre subía y bajaba en episodios bruscos que llegaban a durar semanas, después de nuevo parecía estar bien. Algunas noches se despertaba ansioso, nervioso. Se movía por toda la pieza despertando también a la emperatriz a quien sólo decía que necesitaba más medicina, pero cuando convocaban al médico Go el emperador se molestaba y gritaba a todos. Vomitaba demasiado y los médicos le habían tenido que dar una medicina para el estreñimiento y una más para controlar las náuseas. Al enterarse de su estado, algunos de sus hijos habían optado por permanecer en el palacio familiar, entre los que destacaba por obviedad el cuarto príncipe Young Soo y su familia.
Ninguno de los médicos que había analizado al soberano sabía dar razón exacta de su enfermedad y creían que aún se debía a la infección. Quizá perduró más de lo estimado. Quizá pasaron algo por alto. Y vaya si lo habían hecho. Sólo que no sabían lo que era...
" Seré el heredero de mi padre "
Las palabras que habían sentenciado al emperador y mismas que se repetían constantemente en la cabeza de aquel que las había pronunciado. ¿Cómo podía simplemente rendirse? Ya no se trataba solamente de su madre, del trono o su posición como príncipe legítimo; se trataba del poder que adquiriría. El poder de conseguir lo único a lo que se había aferrado.
— La sopa está muy caliente. —Se quejó en voz baja tras un pequeño sorbo. En realidad el tazón estaba frío, pero el nuevo síntoma del envenenamiento había aparecido un par de días atrás. Ahora las temperaturas parecían repercutir efectos contrarios para el emperador.
— Padre real —Habló bajo mientras tomaba una cucharada de la medicina para reponer la energía que los médicos le hacían beber todos los días—, ¿alguna vez recordaste la forma en que me arrebataste a la mujer que te pedí para mi esposa? Jo Eunyeong. —Su padre lo miró girando la cabeza con lentitud debido al entumecimiento que se presentaba en sus músculos todos los días puntualmente. Young Hwa se encontraba sentado a un lado de su cama con el pequeño tazón en sus manos. Batía la sopa metiendo la cuchara y sacando un poco del líquido para después dejarlo caer, a menos de cinco centímetros de altura, de vuelta en el tazón.
— No he sabido nada de ella desde que se fue. La madre real escogió a Im Jin Kyong para ser mi esposa, pero antes de eso fui a la casa de Jo. La partera sólo pudo decirme que ella se había ido. —Suspiró y volvió a dar una cucharada en los labios de su padre.— Debió ser lo mejor. Enfríala un poco más. —Su hijo meneó suavemente el pequeño traste con una sola mano mientras continuaba.
— Me arrebataste a esa mujer. Y también mi derecho al trono. ¿Con qué me dejas entonces? —Se acercó un poco más al rostro de su padre al darle la última cucharada. — Si no me ibas a nombrar tu heredero, podrías haberme dejado vivir mi vida con quien yo quisiera, ¿no crees? Ahora tengo a tres esposas y varios hijos, pero aún la anhelo a ella más que a mi siguiente respiración.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...