LXXXVII

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Contra el impetuoso viento, amenazando con tirarles algún árbol o arbusto encima, se deslizaron por el escarpe terroso apoyándose principalmente en las plantas de sus pies como si se tratase de una tabla de esquí. El suelo era firme, pero el vendaval conseguía levantar una nube de polvo áspera con la que los envolvía. Los obligaba a cerrar sus ojos y procurar su avance y pausas sólo con breves vistazos.

Se detuvieron unos metros lejos del pie de la montaña, escondidos detrás de algún árbol, y entonces vieron, para avivar su preocupación, los primeros rastros que confirmaban presencias humanas. Luces.

Una minúscula luz amarillenta qué brillaba al final de la cuesta y que emitía un olor grasiento llevado hasta ellos por el viento. Eso era lo que Yul había percibido desde el sendero metros arriba.

El par se miró coincidiendo en un pensamiento: "alguien está allá" y dudaron que fueran aquellos a quienes buscaban.

Descendieron un poco más cuidando sus pasos. Ir por el sendero les supondría un camino más limpio, pero también sugeriría ser vistos a unos tres metros de la salida, así que debían cuidarse de no patear ninguna piedra o quebrar ramas.

Volvieron a ocultarse entre la bruma y la vegetación y miraron a escondidas.

— ¡Vaya tormentón que se avecina! —Escucharon exclamar a una voz masculina que anticipó la vislumbración del grupo centinela. Refugiados en una garita improvisada con restos de algunas carretas contra una piedra alta, se habían reunido y encendido una fogata y algunas linternas que colgaron en lo que simulaba una puerta para permitirse ver el camino de la montaña.

Los truenos, cada vez más cercanos y potentes, ensordecían por ratos sus voces y la exposición al viento gélido los hacía temblar de pies a cabeza.

— El mayor problema no es la tormenta. Lo que debería preocuparnos en realidad es que algo baje de esa montaña y no esté vivo.

— No digas tonterías. ¿De verdad crees que hay fantasmas aquí?

— Todos lo dicen. Que incluso la neblina es parte de ellos. Nadie con suficiente cordura querría pasar una noche aquí.

— ¿Saben qué escuché? Dicen que si te internas en el bosque y te refugias en las cuevas, podrás escuchar sus gritos desde tu espalda. Si los sigues, verás sus caras antes de que arranquen la tuya con largas garras.

— Eso es mentira. Todas sus víctimas tienen cortes o perforaciones más parecidas a las de los colmillos de serpientes.

— Pero no sé de nadie que tenga los colmillos de una serpiente. Las víctimas, según rumoran, suelen tener cientos de agujeros rodeados de piel negra.

— Como tras el envenenamiento de una serpiente.

— No existe manera de obtener su veneno, y que siempre haya un nido que ataque a todos los transeúntes es imposible.

— Dicen que el fantasma de este lugar tiene colmillos de serpientes.

— Eso es imposible.

— Dicen que utilizan sus poderes fantasmales para atraer a los viajeros a la profundidad, donde la niebla es más densa y los árboles parecen moverse para perder de la vista el camino. —Señaló al umbral del sendero ya casi oscurecido por el clima.
— Allí se esconden. Y observan en silencio hasta que alguien se percata. Un vistazo y es el fin. Sus ojos, rojos de ira, preceden a su aparición horrible que deja un rastro de cadáveres y vuelve a esconderse en la bruma esperando a sus siguientes víctimas.

Miraron todos hacia donde su dedo apuntaba. Se sintieron un poco deseosos de ver algo emerger realmente. Un grupo de bandidos montando caballos. Una sombra. Incluso alguna especie de monstruo con una enorme boca y cientos de tentáculos empujando los árboles para hallar a algún indefenso humano que devorar, mas nada delató al par que también los miraba atentos, un poco sorprendidos cuando vieron al hombre apuntar hacia ellos. Se habían preocupado de que los hubieran descubierto y tuvieran que atacar, pero después se dieron cuenta de que sólo seguían hablando sin darles más atención.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora