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— ¡Arqueros, listos!
Las flechas apuntaron y salieron disparadas en cuanto la orden llegó. Un centenar completo se resguardaba tras lo que podría llamarse "una muralla de último minuto". Cientos de rocas apiladas a modo de trincheras.
El filo de las espadas resonaba una contra la otra. El metal golpeando una cosa u otra y el frío del invierno que llegaba hasta los huesos entorpecía los movimientos antes ágiles de muchos guerreros.
— ¡No retrocedan! ¡Mantengan las filas!
El sudor corría por las frentes de los guerreros detrás de sus pesadas armaduras.
Un golpe tras otro. La sangre salpicaba la nieve. Los cuerpos masacrados, heridos, moribundos o sin vida, sus ojos abiertos de par en par con la única imagen de muerte y el sentimiento de terror puro como último conocimiento.
— ¡Por el emperador!
Resonaba en un cántico furioso antes de iniciar un nuevo enfrentamiento, seguido de estruendosos gritos, que tenían como propósito aumentar la fiereza de su aspecto y la fuerza de sus golpes.
Sobresaliendo entre los soldados, después de abandonar el lomo de su caballo, se hallaba el príncipe Hwan con dos espadas desenvainadas, una para defenderse, otra para cortar, dando golpes certeros en las extremidades de sus enemigos. Sus pupilas, sentenciando a muerte a sus oponentes, se fijaban en ellos cada vez que estaba a punto de dar el golpe final. La ira que guardaba muy dentro de sí le servía como un mayor impulso, se mantenía sereno y moviendo cual bailarina en un cálido salón, como si la nieve enterrando sus pies y el vendaval no le hicieran más efecto que la suave brisa de verano. Había llegado a tal punto que, en más de una ocasión, la batalla se había vuelto totalmente a su favor y golpeaba a sus enemigos sin recibir un sólo movimiento de defensa. Nadie lo detendría, no tenían tiempo para eso, porque significaría salvar la vida de un manchú que no haría lo mismo por ellos, pero no pasaban por alto la fiereza del príncipe. Supieron que podría matarlos a golpes desde el primer día en que sirvió en batalla. Verlo pelear ya era demasiado sangriento y horrible...
Cientos de flechas llovieron desde la formación manchú. Sus puntas incendiándose consiguieron atravesar algunos cuerpos en más de una ocasión, pero era sólo una advertencia. El verdadero ataque vino con el estallido de un trueno y el golpe de un mazo que debería medir diez metros y pesar cien toneladas.
Pólvora.
Eran pequeñas esferas llenas de pólvora y una mecha inflamable sobresaliendo de un punto. Las predecesoras de las bombas que crearon los europeos y que se usaron, lanzadas desde aire por primera vez, rondando los años de 1800 por los austriacos.
Se les llamaba "bomba de trueno", y fueron creadas y usadas desde la dinastía Song de la actual China por un ejército de la actual Manchuria, antes conocida como tribu Yurchen o Yurchen Jin.
(Que por casualidades del destino, fue la misma tribu que creó la dinastía Qing, por la cual estallaban estas guerras).
Durante sus primeras fabricaciones en el siglo XI, se llenaban de pólvora tubos de bambú, para el siglo XVIII se comenzaron a crear nuevos proyectiles de fierro fundido, llenos de pólvora lista para explotar al entrar en contacto con el calor suficiente. Había también otras rellenas de pólvora y sustancias venenosas, llamadas "bombas de viento y polvo". Ambas se producían en grandes lotes. Era evidente por el acceso constante que tenían a estas.
Escucharon el trueno y la tierra tembló. Después hubo fuego extendiéndose a más de 50 kilómetros. La vegetación congelada se incendió también. Cuerpos quemados, perforados o hechos pedazos llovieron entre tantos otros. No había armadura que pudiera contra tal arma y sólo los chinos la tenían. Arrasarían con toda Asia si seguían así. Por fortuna para los servidores del emperador coreano, eran poco usadas en otoño e invierno, pues al humedecerse, era casi imposible que se incendiara, sin embargo aún funcionaban mientras se mantuvieran secas el tiempo suficiente. Diez segundos bastaban para que las lanzaran.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Tarihi KurguHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...