CXXVI

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El invierno en Hwang cambiaba por completo los paisajes, pero no restaba su belleza. Los lagos se congelaban y conseguían fungir como espejos muy vagamente para reflejar los cielos grises. Los techos rojizos dejaban de ser visibles desde lejos, especialmente desde zonas altas. Los campos quedaban vacíos de cultivos. Cada rincón expuesto se cubría de un manto blanquecino en las zonas centrales del estado y, de los caminos, se volvían custodias dos barricadas de nieve que iban incrementando su tamaño cada mañana, cuando un grupo de expertos removían la helada capa de los senderos y la apilaban para permitir el paso de los transeúntes. Estos se vestían con bonitas y abrigadoras ropas de piel, lana u otros materiales que ya comenzaban a usarse gracias al comercio externo, como el algodón y el hule para prendas y calzado cálidos. La seda se resolvía en la cubierta de sus abrigos o en las bufandas y calcetas. Las linternas titilaban todo el día, especialmente en las zonas más cercanas al mar, donde la nieve se convertía en granizo y tempestades, el viento glacial en una bruma espesa que se extendía desde el suelo hasta setecientos metros de altura impidiendo la visibilidad más allá de la iluminación amarillenta del fuego; el tránsito de carretas y animales se disipaba por completo y todo lo que quedaba por las calles eran personas andando a pie y con su respectiva linterna sostenida en un asta de treinta centímetros de largo para iluminar un poco más allá de su propia persona. En la pedregosa costa, la espuma del mar se volvía más densa y salpicaba a grandes trozos de tierra que se podían ver perfectamente desde las torres y algunas ventanas de la mansión filarca. El bramido de las olas rompiéndose contra las rocas producía un efecto como de truenos, dando la impresión de que estaba cayendo una tormenta todo el día.

Cuando la esclava más novedosa abrió los ventanales se dio cuenta de que había un fuerte viento y vagos destellos del sol en el cielo. En otra temporada habrían pasado volando pajarillos, pero a ese punto del invierno lo único que pasó por el frente fueron hojas huérfanas de algún lugar desconocido.

Ese clima sería la razón perfecta por la que los cocineros se habían empeñado en preparar comidas caldosas y calientes, además de grandes bollos al vapor que no presentaran inconveniente para mantener su condición pese a ser recalentados varias veces.

Mientras los platos eran servidos y los esclavos correspondientes se preparaban en una hilera para recibirlos intercambiaban un nuevo tema de conversación, la chica al frente de la matrona mantenía la mirada en el suelo, sobre su muñeca, más exactamente. Hacía apenas un par de días que se había quitado la venda que un médico le había hecho llevar. Después de haberlo olvidado por casi dos meses, más entretenida en buscar una manera de reducir la picazón en el araño en su muñeca; había vuelto a buscar el quinqué hallándolo en el mismo lugar entre los arbustos; al sacarlo se había rasgado en el mismo sitio y otros más, en los que había aparecido salpullido tan sólo unos minutos después. El arbusto era venenoso y silvestre, por lo que, cuantas veces fuese cortado, volvería a nacer, así que se había decidido dejarlo evitando su expansión. Al darse cuenta, Namoo, de los efectos que le había provocado la lechecilla de las ramas a la chica, había mandado traer al médico y este la había revisado y medicado hasta hacía unos días cuando el salpullido y los otros efectos desaparecieron por completo. ¿Era verdad que esas personas la ayudaran, aun cuando fue el mismo magistrado superior quien le confirmó saber lo que pasaba por su mente? ¿Cómo era posible? Esas acciones enfrentaban dos realidades filosóficas diferentes en su cabeza. La primera, más cínica y reacia, hallaba a una sociedad a la que, sobre todo, había que despreciar. Le repetía que huir de allí, volver a su territorio conocido sería su liberación y no desearía volver nunca más. La otra, un poco dócil, estaba convencida de que no era esa la sociedad que le habían maquillado y que, de hecho, podría vivir realmente en paz si se portaba de acuerdo a sus leyes y sin tratar de dañarlos. Se cuestionaba entonces ¿a quién podría dañar si nadie allí estaba siendo cruel, tirano, ni siquiera ofensivo? ¿Quiénes estaban mal entonces?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora