LXIX

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Después de haber avanzado por poco más de seis horas, haciendo sus respectivos reposos para reponer energía, el equipo casi llegaba a la cima oeste de la montaña. Apenas habían recorrido una parte de la extensión y no se habían encontrado con más sorpresas que algunos animales huyendo de su presencia.

La noche ya caía, y en el bosque la oscuridad se volvía más profunda a cada minuto. Era esa la hora en que todos los viajeros e incluso muchos grupos de bandidos más sensatos con su propia vida comenzaban a retroceder de los dominios de la creciente bruma, mas no así los exorcistas.

Deambulaban con antorchas de vivo fuego que turbaban las raíces del terror de otros. Se habían internado en el bosque buscando en las cavernas y grietas que pudieran haber sido refugio del asesino, pero lo que los recibió a poco menos de cien metros de la cima fue la visión de una telaraña de hilos tensos, tejida finamente de un tronco a otro.

— ¿Qué demonios es esto?

— No creo que se trate de arañas gigantes.

Curioso, uno de ellos tocó uno de los hilos. Lo estiró un poco y lo soltó como la cuerda de una guitarra. Lo observaron y escucharon vibrar un instante antes de que el corte del viento hecho por varias flechas, disparadas desde un punto desconocido, los atacara. Se agacharon o movieron para evadirlas, sorprendidos por la precisión de los lugares a donde se dirigieron.

— Creo que nos estaba esperando.

— ¿Sabría que veníamos?

— Sabía que alguien se cansaría de sus crímenes y vendría a buscarlo. Así que fue tan sensato consigo mismo como para colocar trampas. —Observó cuidadoso el resto del tejido.
— No toquen nada más. Tengan cuidado donde pisan y alumbren bien el camino. No sabemos con qué más podríamos encontrarnos.

— Señor Sin, Choi está herido.

— No es nada. —Calmó él. — Apenas se ha clavado un poco. —Tiró de la flecha con suavidad, apretando sus dientes al momento en que sintió el metal deslizarse entre su piel. Apenas había sido la punta la que le había atravesado los bíceps del brazo derecho, así que no tuvo que esperar demasiado antes de retirarla. Dos de sus compañeros se acercaron a ayudarlo. Uno con un poco de agua y el otro con un vendaje.

— ¿Estás bien, Choi?

— Estoy bien, señor Sin. Se me adormeció un poco el brazo, pero es todo. —Movió suavemente los dedos mirándolos al mismo tiempo. Sentía como si hubiera tragado polvo o algo parecido y se estuviera empezando a acumular en su garganta, mas lo asumió al largo camino.
— ¿Queda algo de agua?

— Muy poca. —Su compañero le ofreció la cantimplora. — Debemos hallar más.

— Bien. —Continuó Sin. — Busquemos un río donde abastecernos y un refugio. Descansaremos esta noche montando guardia por turnos. —Se tocó la mejilla, que había sido, apenas, rasguñada por una de las flechas. De hecho, todos tenían al menos un leve roce, pero nadie le dio mayor importancia.

Buscando un lugar para asentarse esa noche, dieron con el cauce de un río que bajaba internado en el bosque y a no más de diez metros pudieron distinguir algo moverse. Predijeron a un animal de nuevo, pero aquello se movía con cierta gracia y lentitud alrededor del borde terroso. ¿Un tigre? Quizá no se había percatado de su presencia o su hambre estaba saciada, pero la duda volvió cuando observaron que se elevó a orillas del río, aumentando considerablemente su tamaño. Sería el doble de alto y parecía andar sobre dos piernas, pero la cabeza parecía gigante, redonda y curvada hacia abajo. Se batía a su alrededor alguna especie de nube traslúcida y resonaban zapateos como tacones bien ritmados.

— ¿Será el asesino?

— Luce como un auténtico fantasma.

— ¿Y si realmente se trata de brujería? Podría tratarse de una de esas criaturas demoníacas que cambian de forma.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora