Pasaron los siguientes tres meses vagando. Sin rumbo, sin hogar, apenas sobreviviendo con ayuda de todo lo que pudieran conseguir.
La esencia de la muerte se cernía nuevamente ante los ojos del príncipe en sutiles lágrimas que sólo brotaban cuando era muy tarde y todo estaba en calma, oscuridad y silencio.
«La distancia prueba la resistencia de un caballo»
Había dicho su madre, pero vaya si el camino era difícil.
La larga exposición al incendio, la inevitable necesidad de respirar, le había introducido grandes cantidades de sustancias calientes que habían vuelto a intoxicar su cuerpo quemando levemente e inflamando sus vías respiratorias y tráquea hasta sus pulmones. Cuando miró sus manos luego de recuperar por completo su vista, notó los residuos que el fuego había dejado. Su piel perjudicada, quemada por el calor, las llagas requirieron constantes lavados y vendajes que ardían como el infierno. Finalmente se volvía un ser de apariencia grotesca como su mente, justo como sus hermanos habían esperado verlo. Tuvo que cubrir sus manos hasta los codos todo el tiempo, sus tobillos, cuello y la parte inferior de su cara. Usaba una capucha que cubría la cicatriz bajo su ojo izquierdo. Una marca del fuego que parecía las delgadas patas de una araña alcanzando su párpado inferior.
Su respiración se había vuelto escasa, dolorosa y ruidosa, adornada con el silbido del viento, como cuando sopla en la boca de los cántaros o las botellas. Su cuerpo sufría de episodios llenos de dolor, especialmente en las zonas inflamadas, o esporádicos malestares: dolor de cabeza, náuseas, mareos que lo inducían en el sueño o la confusión, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no sucumbir ante ninguno, y una molesta y constante tos que, en los últimos días, comenzaba a ser acompañada de gargajos de sangre.
Había pasado todo ese tiempo curando sus heridas, haciendo lo posible para dar tranquilidad a sus niños, pero él lo sabía. Sabía que estaba enfermo. Demasiado.
El cielo estaba oscuro aun cuando despertó sobresaltado por las náuseas, pero lo que salió de su cuerpo fueron nuevas flemas ensangrentadas con una violenta tos.
Se colocó una mano sobre la boca intentando callar el sonido de su rasposa garganta hasta que pasara, pero no parecía estar dispuesta a hacerlo.
— ¿Papá? —Escuchó desde la carreta que custodiaba.
Jeong había despertado y salido de su cálido refugio. Examinó alrededor hasta dar con la figura asfixiándose del adulto.
— ¡Papá! —Corrió hasta él y se inclinó para sostenerlo por la espalda. Sólo a su lado descubrió horrorizado las manchas de sangre que se asomaban entre los vendajes en sus dedos. Hwan intentaba decirle algo, pero la constante tos se lo impediría de cualquier manera.
— Oh, no. Papá. Buscaré ayuda. —La mano libre del príncipe lo sujetó antes de que se pusiera de pie.— No. —Alcanzó a articular. Tembló en la última sesión de gargajos que parecieron salir de alguna parte recóndita en su cuerpo. Sintió como si hubieran exprimido su estómago o algo por encima y todo hubiera explotado hacia su boca.
— ¡Príncipe! —Se inclinó de nuevo para verlo mejor. Lo escuchó finalmente inhalar por la boca como si estuviera sollozando. Lento y cortado.
— Pa-pá suena mejor. —Intentó consolarlo con la mirada en el suelo. Inhaló tan suave como pudo, aunque fue imposible evitar el ardor en su garganta y la amenaza de que la tos volviera.
— Oh, no. ¿Qué hago? ¿Busco a alguien? ¿Busco algo? ¿Qué hago?
— Ten calma. —Se reestableció un poco. Levantó la cara y se limpió la boca.
— Mantén la calma, Jeong. —Lo miró y sonrió. — Nadie puede saber de esto.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...