Al salir los primeros rayos del sol, ya podía percibirse el olor del pan saliendo de la casa de piedras con hornos de piedra de río, encargados de preparar y abastecer de este alimento cada sexto día de la semana. Trabajar en una panadería en aquel entonces era todo un reto. Las temperaturas eran altas por los hornos, los polvos de harinas y otros ingredientes inundaban el aire. Era una tarea bien designada a las mujeres jóvenes, solteras y a las matronas: mujeres de entre 30 y 45 años con experiencia en la elaboración de panes que, con gran diligencia, dirigían cada paso, pues incluso se encargaban de moler los granos con ayuda de circuitos hidráulicos, de los cuales tenían seis en toda la aldea. Estos consistían en una primera gran rueda que movía los dos molinos correspondientes; el segundo avivaba los hornos siguiendo un mecanismo ritmado con los dientes de madera que poseía. Dos ruedas que se movían con la fuerza del agua aplastaban grandes fuelles de cuero haciéndolos exhalar simultáneamente. El resto del trabajo era revolver, amasar, cortar, amasar, reposar, amasar, bolear, hornear y empacar en pequeñas cajas de madera recubiertas con papel de arroz, que después dispondrían al acceso de sus amigos y familias.
Los cuatro mecanismos restantes correspondían a las herrerías. Podría, fácilmente, decirse que no había trabajo más duro (si las panaderas no existieran, seguramente así sería). Los herreros, a diferencia de las panaderas, trabajaban cinco días a la semana. Tres primero. Descansaban el cuarto, volvían quinto y sexto y de nuevo descansaban el séptimo, pues sus músculos necesitaban este tipo de reposo luego de una sesión de casi 27 horas en tres días. No es que los explotara alguna especie de dictador sádico ansioso por trabajos de hierro, sino que no podían darse el gusto de parar cuando el fuego alcanzaba la temperatura adecuada. Para su trabajo, el hierro tenía que brillar entre colores amarillos y rojos, y para ello el fuego tenía que estar sumamente caliente. Alcanzar esa temperatura no era trabajo fácil, así que no paraban hasta que tuvieran suficientes trabajos terminados. Aunque no era tan pesado gracias a la cantidad de hombres jóvenes que solían ayudar a los expertos en la transformación del metal: los ferrones.
(Sonaba rete feo 😅).Por cada "maestro forjador" había un ayudante joven. En total eran treinta y seis. Después estaban los doce horneros, cuya edad no era importante, en realidad. Su trabajo consistía en preparar el fuego en los dos hornos, también de piedra. Reunían y vertían en el fuego el carbón vegetal, que les era proveído por los leñadores de la aldea, extraído de las ramas bajas de la hermosa riqueza forestal a su alrededor; medida implementada para evitar la explotación irracional o desgraciadamente abusiva del bosque. Metían el carbón en cestas de bambú, que vaciaban directamente en el fuego cada 10 minutos. Uno a la vez. Usaban fuelles de 30 centímetros para bombear el aire directamente sobre las pobres llamas hasta que crecían. Desde entonces sólo debían cuidar que la temperatura no bajara y el carbón no faltara. Por último, dos chicos más encargados de vigilar el mecanismo hidráulico.
Una completa obra maestra salida del ingenio mecánico, innovador, imaginativo y experimentado de la familia de cuatro. Se trataba de un complejo molino que se movía con la fuerza del agua, acumulada hábilmente en una presa artificial. La rueda que movía a sus seis "hijos", era de casi dos metros de diámetro, tenía dieciséis dientecillos de diez centímetros de grosor, con los que movía una polea para dispensar agua del río hacia los dos distintos establecimientos.
En la panadería, el chorro de agua que caía era constante y movía las trituradoras de granos.
En la herrería era un poco más complejo. ¿Recuerdas que dos ruedas son para la panadería y cuatro para la herrería? Pues bien, permíteme explicar un poco cómo lo usaban:
Dentro de la herrería había ductos que conectaban el complejo de madera a través de largos palos de bambú, principalmente para evitar que la madera se pudriera con facilidad, pues el bambú tiende a resistir, como máximo, un 85% de humedad por naturaleza, aunque el resto del mecanismo era de madera de arce. La primera conexión es directamente al horno. Un par de ruedas de metro y medio recibían chorros de agua, vigilados constantemente por uno de los dos chicos de antes. En su labor, debía tirar de una válvula de cuerda que impedía el paso constante del agua, haciendo que las ruedas se movieran sólo lo suficiente para aplastar, con sus gruesos dientes de madera, dos fuelles de poco más de dos metros que avivaban, uno tras otro, el fuego después de que estuviera completa la tarea de los horneros. De él dependía que el trabajo se hiciera bien. Su regla más importante: el fuego no se debía apagar. No debía flaquear. Bajó ninguna circunstancia que no lo ameritara, debía dejar de avivarlo, pues la mínima reducción de temperatura significaba pérdida de trabajo.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Ficción históricaHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...