CXIX

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— ¡Felicidades!

— ¡Felicitaciones a todos!

— ¡Felicidades! ¡Felicidades!

El banquete en la noche del segundo día de celebración se volvió bullicioso. El ánimo se había hecho presente desde que, al amanecer, los padres y jefes de familia se levantaron muy temprano para preparar la bebida de sus hijos y las madres para empezar a preparar kilos y kilos de comida.

Al atardecer, la gente se había sentado en las tantas mesas colocadas en el espacio más amplio de la ciudad, mismo donde se veían ya los primeros negocios y decoraciones para el carnaval alrededor. Todos recibieron, para comenzar, un cuenco con su bebida y brindaron por un porvenir fructífero para su gente y los visitantes que los acompañaban. Después se repartieron cuencos de arroz, fideos, caldos, grandes platos con guarniciones de verduras, cortes de pollo, pescado y algunos más de cerdo o res. Destacó, de nuevo, su fabuloso caldo de piedra y la historia de su preparación. Tal había sido el impacto de los visitantes que casi abrumaron a los aldeanos que corrían de un lado a otros para atender y saludar a todos, pero aún tomándose el tiempo para disfrutar con sus compatriotas. Esos extranjeros no habían visto tal comportamiento antes, por lo que casi llegaron a asustarse cómodamente de su cordialidad. Sería algo grande que destacar cuando cada uno volviera a sus tierras y contara lo sucedido.

Después de comer y con el crepúsculo sobre ellos, el grupo de la ciudad repartió sus obsequios teniendo consideración también de los visitantes, que no eran demasiados y serían los más apreciados por ser los primeros. Les entregaron regalos que los dejaron sin palabras. Ropas o adornos de brillantes colores y brillos de colores vivos, rojos, verdes, amarillos, eran joyas, y también había perlas. ¿Quién podría darse el lujo de regalar todo eso a diestra y siniestra? Pues bueno, ahí lo tenían. El grupo de aldeanos se felicitaba como si fueran los regalos más comunes, lo que volvió a dejar sin palabras a los mercaderes. Habían pensado en una felicitación sencilla: decir felicidades con un amistoso apretón de manos; pero la gente se sonreía ampliamente, se entregaba los regalos y los abrían juntos. Emanaban una felicidad pegajosa que hacía imposible dejar de sentirse bien.

Jeong y Yul estaban a la cabeza de una mesa rodeada de niños huérfanos, vestidos con sedas coloridas y brillantes, recibiendo regalos con grandes sonrisas y un brillo de ilusión en sus pupilas.

— Woah, que bonito. —Los animaban también otros adultos.

— Ah, muchachos, son tan considerados. Estos niños no se sentirán desafortunados con sus atenciones.

— Es el punto. —Sonrió Jeong sosteniendo a una pequeña niña, apenas rondando la edad de su sobrino. — Cuando Yul dijo que podía cuidarlos yo mismo, decidí que nunca se sentirán fuera de su hogar. Esta es su casa ahora, y ustedes y nosotros somos su gente. Ellos también tienen que sentirse parte de todo para que cuando crezcan sean tan Hwang como nosotros.

— Bueno, pues me parece muy bien para todos estos niños. Al fin y al cabo, son tan pequeños.

— Fue un acto muy noble mantenerlos vivos y a salvo, Yul.

— Se lo deben a Jeong. —Inquirió él dando un tarrito de barro a otro niño en sus piernas. — Él siempre ha tenido ese instinto paterno de cuidar de otros.

— Bueno, ojalá que pronto le saque provecho. Sería una pena que sólo te quedes a cuidar de un bebé grande como Yul toda tu vida. —Bromeó Mi Sun junto a Ari.

— Ah. Mi Sun. —Se rió Jeong salpicándola con unas gotas de agua con la que limpiaba las manos de otro niño. Yul rió fuerte también.

Las danzas del pueblo continuaron por algunas horas más. Hasta que el manto nocturno los cubrió completamente.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora