XLIV

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Terror. Miedo. Escalofríos. Angustia.

Terrible. Terrible antes y terrible para siempre.

Así se describirían las sombras que, envueltas en sus mantos invisibles, merodeaban cada rincón alrededor de los traidores del wonja. No estaban allí por nada. Todos lo sabían, aunque nadie lo decía.

El palacio se había vuelto lúgubre, el aire se sentía pesado entre la ansiedad creciente. ¿Acaso Hwan los estaría vigilando en ese momento? ¿Y si entraba en sus aposentos en la mitad de la noche y los degollaba?

Los pasillos se habían llenado de guardias las veinticuatro horas y el emperador dudaba hasta de la comida que le era servida, a no ser que la probaran todos los cocineros delante de él.

Tras su último adiós, hubieran esperado que en menos de una semana Hwan regresara, envuelto en furia mortal y pintara sus muros de sangre antes de un nuevo alba, pero en ocho años nada de eso había sucedido aumentando la ansiedad y paranoia entre aquellos que sabían su propia culpa.

— Padre real...

Han kyul dio un salto apartándose la distancia de un paso. Un joven, bajito, regordete y de apenas quince años estaba a su espalda. También había dado un pequeño respingo, pero se sobrepuso de inmediato.

— Hyo Jo... —Regañó— te he dicho que siempre te anuncien antes de que entres ante mí. —El joven se inclinó.

— Que el padre real me perdone, lo he molestado.

— ¿Qué es lo que quieres?

— He traído algo de té, padre real. Está más nervioso cada día.

Siguiendo un rito específico, sirvió una taza de té y la batió con una pequeña cuchara, misma que usó para probar el líquido antes de ofrecerlo al emperador.

— Beba, padre real. Le hará bien.

— Hyo Jo —Le tocó el hombro— deberías estar en el campamento de la academia de eruditos.

— Padre real, soy el único hijo varón que tiene que es capaz de asistirlo con las cargas que lleva. Mis dos hermanos son apenas criaturas de dos años y menor. El otoño ya viene y no deseo que su salud decaiga, padre real.

— Mi salud no depende de las estaciones, Hyo Jo. Es una pesada sombra que me sigue a todas partes, acechando cada paso que doy.

— ¿A qué debería temerle, padre real? Es usted el emperador. Tiene a su disposición a todos los guardias de la nación. Los muros del palacio están vigilados y defendidos por grandes maestros de las espadas y los mejores arqueros de la nación. No hay hombre que pueda hacerle frente a tal ejército, padre real. —Han kyul batió suavemente el té y dio un sorbo.

— Puedes quedarte ahora, pero quiero que no abandones tus entrenamientos. Como mi hijo mayor debes entrenar hasta ser inigualable para protegerme. Debes cuidar mi vida de todo lo que me amenace.

— Y así lo hago, padre real. No hay quien se me compare con el arco.

— Continúa. Continúa hasta que te sangren los dedos de tanto entrenar. Es tu obligación como el primer príncipe y mi futuro heredero. Debes protegerme, y a tu hermana Gyo Ri. Ella es el sello de nuestro pacto con el norte. Nada es más importante para ti que esto. —El niño asintió.

— Me esfuerzo todos los días, padre real. Ya he superado a todos mis compañeros de entrenamiento.

Las manos del emperador temblaron.

— "A esa edad, Hwan ya había superado hasta a los mejores maestros y derribado a batallones enteros." —Carraspeó.
— Convoca a la familia. Los publicanos ya no deben tardar.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora