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Woo Jayoon tenía reglas muy especiales para la pequeña niña. En un año que había pasado se había encargado de hacerla ver tan tonta e incapaz que las concubinas y la misma emperatriz sólo le daban halagos por continuar "enseñándole con paciencia", pero nada podía estar más lejos de la realidad. Todos los días buscaba una tarea casi imposible sólo para castigarla de nuevo. Sí. Descargaba incluso sus malos ratos de un día con ella. En la mayoría de las ocasiones, la matrona, la hacía arrodillarse por horas, en otras la dejaban sin comer hasta muy tarde, cuando hubiera terminado las tareas de todo el palacio y lavado toda la ropa de sus compañeras. No había una razón exacta, pero al pasar los días, Jayoon se había aferrado a un horrible presentimiento alrededor de Eunyeong, por lo que, con cada día en que su paranoia crecía también buscaba algo más severo para ella, siempre asegurándose de ser discreta a los ojos del emperador. Desde hacía más de cuatro meses que no iba a ningún lado sin una vara de 40 centímetros de largo con la que golpeaba las piernas blancas y frágiles de Eunyeong y de cualquier otro criado que hiciera mal su trabajo.

En aquellas fechas el cielo permanecía gris casi todo el día. Los cortos episodios soleados daban un aspecto de ensueño a las grandes extensiones de pasto crecido, rodeado de árboles y con el sonido del río a menos de cinco metros, donde los caballos bebían y se alimentaban, y también donde se recogía suficiente agua para abastecer el campamento en el que el emperador y su familia pasarían las siguientes dos semanas disfrutando del aire del campo. La temporada de caza había vuelto. Se habían dirigido, como cada año, a las grandes zonas boscosas de las montañas que delimitaban la ciudad con la llamada Han-yangdoseong (la muralla de Hanyang). Una construcción alta, robusta, de piedra, madera y otros materiales de la época, coronada con un sobresaliente parapeto desde donde se veía a los guardias hacer sus rondas vigilando atentos los límites de la ciudad, a la defensa contra invasores, y que había estado allí alrededor de 200 años atravesando la cresta de cuatro montañas presumiendo los enormes candiles llenos de aceite, listos para incendiarse ante señales de amenaza.

Con las tiendas de los guardias apostadas alrededor del campamento, lo que más preocupaba a todos era que los niños más jóvenes pescaran un resfriado a causa del vendaval, por lo que no era sorpresa que los sirvientes se pasearan desde temprano llevando bebidas calientes a sus amos. Aquella mañana la neblina era arrastrada por el aire desde las crestas de las montañas agitando con cierto enojo las piezas sueltas del campamento.

Un balde de agua fue vertido encima de la jovencita que dormía en la madera asentada en una tarima para servir de suelo dentro de la tienda. El frío de la mañana sumado al del agua le golpeó haciéndola despertar en el acto. Sacudió la cabeza y entonces su memoria le devolvió la última escena de la noche anterior.

— Se supone que debías terminar de asear la tienda y lavar todas las mantas, holgazana. —Regañó la matrona con el balde que antes había tenido una mezcla de agua con detergente limpia suelos y suciedad. Eunyeong aún estaba recostada en el suelo. Allí se había quedado dormida rendida al cansancio.
— Levántate ya y ve a lavar la ropa. ¿Acaso crees que te pagan para que duermas?

— Perdóneme, señora.

— Date prisa. Si las mantas no se secan antes del anochecer la señora Woo o nuestros príncipes podrían pasar frío. —Continuó regañando mientras la tomaba de un brazo para hacerla levantar. Al final, Eunyeong salió con un par de cubos de madera desbordando telas de diferentes colores y grosor.

Los colores de la aurora variaban entre tonos púrpuras, rosados y nubes grises traslúcidas anunciando un cielo despejado aproximarse, pero hasta entonces, el viento seguiría soplando con la misma intensidad. Cuando el cielo se aclaró ya muchos estaban completamente despiertos, exhalando vapor caliente de sus cuerpos que formaba pequeñas nubes al encontrarse expuestos al aire helado, realizaban las tareas de revisar a los caballos y alimentarlos con el heno que llevaban, sin mencionar el intento de domar a los caballos salvajes o los sacrificios de algún ciervo, oveja o aves que hubieran conseguido el día anterior.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora