La noche era profunda. No tanto por la oscuridad, ahuyentada a medias por las amarillentas luces de las linternas y las casas, sino por los truenos y grandes gotas que caían en una tempestad imparable. Sólo podía preguntarme cómo lo estarían pasando mis pobres y queridos hermanos en la montaña. Allí las tormentas sí que ensordecen incluso la más cercana respiración.
Había estado en la ciudad de Hanyang desde antes de que el crepúsculo se hiciera presente.
Yul me había dicho que no bajara, pero tenía que hacerlo y, ya que quería aprovechar cada instante lo más posible, escogí una de las tabernas más concurridas de la ciudad. Quizá se deba a que es la única que he conocido hasta ahora, pero me parece un lugar sumamente magnífico. No del mejor gusto, o quizás he estado demasiado mimada con los lujos y comodidades de mi hogar, pero este lugar fue bastante destacable desde el primer momento en que, en algún patrullaje con Yul (aunque siguiendo senderos separados) entré aquí. El salón, de techo alto y grandes ventanales cubiertos con papel blanco, estaba adornado con muebles maravillosamente tallados y pintados. Parecían de buena calidad, aunque tampoco me pareció en ningún momento que superaran la habilidad de mi querido tío. O quizás es la monotonía con la que los veo en estos días. En casa mis hermanos y tío suelen hacer nuevos detalles, algunos cambios o simplemente un nuevo accesorio frecuentemente, así que siempre hay algo nuevo que atrape mi atención.
Lo más bello de esta taberna son, sin duda, sus jardines. Abiertos y verdes en estas fechas cálidas, cuidados con esmero y el estanque de agua cristalina mostrando los bonitos colores de los peces que, en ocasiones, estoy segura, forman parte del menú. La cocina es atendida por seis mujeres: abuela, madre, hermana y tres hijas, aunque no estoy segura de quién es quién, excepto por la anciana de cabellos grises y boca arrugada adornada con algunos cuantos dientes amarillentos.
Ugh.
Prefiero pasar a describir a los acompañantes que allí me atendieron y que, por capricho mío, para nada eran desagradables de vista.
El primero de ellos, y con sus cuarenta y tantos, debía sentirse bastante afortunado de que le hubiese permitido yo estar en mi reducido círculo de trato cercano. Su nombre: Kim Dong Jun. Es un ministro importante, bien parecido de la cara, aunque hinchado de la barriga, razón suficiente para que se sentase delante de mí. Alto, de cabellos negros y barba poco abundante, en cambio sus cejas estaban bastante pobladas haciendo ver sus ojos más delgados de lo que serían naturalmente. Su fina boca, debajo de su filosa nariz, parecía una simple línea dibujada con algún tono rosado.
El segundo: lord Jin Ho Min. Un hombre alto y de complexión fornida. Su rostro delgado y bien afeitado, sus ojos grandes y claros y sus treinta y cuatro años confirmados por su propia voz, lo hizo merecedor de tomar el cojín a mi lado derecho, aunque prefería mantenerlo en silencio pues su voz era demasiado frágil para combinar con su apariencia, así que aprovechaba tenerlo cerca para alimentarlo yo misma mientras dejaba que me favoreciera su presencia a conseguir los celos de los otros cuatro.
Después tenemos a Ho Jun Gyu y Jang Hyun Mo. Un par de lores de veintitantos ambos, con buena reputación y gran poder, pero estúpidos como una de las ratas con las que alimento a mis hermosas serpientes. Se sentaba cada uno al lado de lord Dong Jun, de manera que no estaban exactamente delante de mí y me evitaban el disgusto de ver sus rostros jóvenes y bien parecidos, uno redondo y el otro alargado, con esas expresiones depravadas y sus indiscretos ojos tratando de descifrar lo que escondían mis ropas. Tuve que hacer uso de toda mi voluntad para no rechazarlos cuando, hace seis semanas, se acercaron por primera vez.
Soy una persona de objetivos fijos. Los miro y apunto a ellos, no al trayecto, y si ellos eran parte de ese trayecto, entonces habría de aprovecharlos en cada instante. Su mayor atractivo, esas voces que me erizan las piernas, aunque sus comentarios sean simplemente ridículos y sólo provoquen risas entre los hombres. Supongo que me ayuda a mi actuación de tonta, pues si los corrigiera una sola vez bastaría para que no pudiéramos cambiar de tema en toda la noche.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Ficción históricaHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...