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En aquellos tiempos, no era Corea la preciosa nación que hoy acapara la atención de muchos. Era un lugar tenebroso, no sólo por la falta de educación y la facilidad con la que se aprisionaba o ejecutaba a una persona de bajos recursos, también por la aprobación y celebración social a la humillación pública y la tortura de aquellos que fueran rechazados, condenados a muerte o a prisión ya fuera como criminales o relacionados a estos, aún si eran recién nacidos. ¿Qué culpa había en esos niños, sino los que se le imponían por nacer en la cuna donde nació, por ser hijo de padres que no escogió por voto propio? O, más aún, ser hijo de una madre como la que le dio a nacer. Porque, para ennegrecer más las situaciones, las mujeres siempre tendrían la mitad de los derechos que un hombre y cinco veces su culpa. Así, si un hijo resultaba malformado, de baja moral o feo en lo más mínimo, la culpa sería siempre de quien debió nutrirlo y criarlo bien en su vientre y cualquier comportamiento desfavorable no era más que el reflejo de su propia madre.

En cualquier caso, la excusa era siempre la misma y no se cuestionaba, entendiéndose completamente lógica: ese sería el castigo, bien merecido, por sus actos venenosos.

¿Y acaso algo cambió tras las desgracias que los azotaron?

No del todo.

Para muchos, sus recuerdos se cernieron alrededor del fuego. Ardieron Gyeonggi, Chuncheong y Gyeongsang. Cayeron los palacios y mansiones. Murieron los últimos nobles regentes en una guerra que, para esos muchos, carecía de lógica y no era más que la obra de un grupo de lo que hoy se llamarían terroristas. Los acusaron de toda tragedia o mala racha que viniera. Se dividieron los pueblos para exigir su supervivencia. El sueño dorado del decadente imperio Joseon se redujo a cenizas, literal y figuradamente. Crecerían las generaciones por cien o doscientos años condenadas a morir presas de ese miedo...

Así. Allí empezó el declive. Sólo pensar en ellos era una nueva semilla de terror... o eso creían.

Nuevas guerrillas se precipitaron para poseer nuevas tierras, alimento. Una rebelión tras otra, aunadas a los desastres naturales que azotaron el territorio en esas fechas, llevaron a la cúspide del período más sombrío del nuevo siglo.

"La gente mata por miedo".

Había sentenciado Geu Roo una vez. Pues bien, ahora sucedía eso. Los poblados que quedaban colapsaban ante la tardía respuesta del gobierno. Algunos migraban al norte esperando refugio, sorprendidos de sólo hallar puertas cerradas y de que, por su estado abatido, fuesen más presa de habladurías y rechazos que de compasión.

Echarse a llorar habría sido válido. Sus corazones, mostrados de piedra unos años atrás, ahora se lamentaban con brotes imparables de lágrimas, gritos que desgarrarían los oídos como lo cuentan las historias de fantasmas resentidos que roban almas. Los ataques violentos crecían contra sus vecinos, sus familias, pueblos alrededor en un estallido de rabia primitiva social.

Un episodio que sería lamentable por la eternidad, sin lugar a dudas.

Dos años después de la muerte del emperador, y con la urgencia de tomar un poco de control, los funcionarios sobrantes votaron por ascender al hijo de quien fuera la emperatriz para ese momento: un niño de diez años. Dos años más tarde, con intenciones de solventar algunas necesidades y calmar algunas molestias instigadas por una familia noble de apellido Kim, el niño contrajo nupcias con la hija del líder, integrando finalmente a sus propósitos al que fuera conocido como clan Andong Kim y procreando de esta unión a un príncipe heredero. Sin embargo, la soberanía del nuevo emperador no fue absoluta, pues la emperatriz viuda fue quien gobernó por la temprana edad de su hijo, causando gran descontento con el deterioro al que llevó todos los principios fundamentales del gobierno, el cierre del comercio con naciones exteriores con excepción de embarcaciones japonesas muy específicas, aunque las circunstancias cruciales en aquel país llevaron a la ausencia comercial durante años, y también los rumores sobre el desenlace bélico de China, derivando finalmente en el cierre total de los puertos comerciales, llegando los nativos coreanos bajo el imperio Yi a perseguir y ejecutar a los embarcadores de cualquier otra bandera que llegasen a las costas que aún les pertenecían. La reina impuso un sistema de registro de censo que agrupó cinco familias en una sola casa, a fin de intentar solventar las necesidades de todos, y fracasó. Se intentó reformar las leyes, pero esto también culminó en desórdenes estatales y corrupción entre funcionarios, nobles y la familia real sobre la administración del gobierno, que llevarían a una nueva revuelta en el trayecto a la segunda década del nuevo siglo y que continuaría durante algunos años más.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora