La mañana llegó con un viento gélido y un suave rocío que acompañó las primeras doce horas del día. En una de las habitaciones del palacio Bonbu encontraba la duquesa Kim Sora escuchando a su doncella. Había estado tejiendo sentada junto al reposo de su bebé de dos meses hasta que la vio entrar aún con la ropa que había usado el día anterior y un paraguas bastante mojado.
— ¿Estás segura? —Su voz, completamente incrédula complemento la mirada que le dirigió.
— Señora, yo misma la vi. El eunuco Lee la estuvo vigilando durante un buen rato.
— ¿Fuera del palacio Malg-eun? No creería que ella se atreviera a ser tan evidente al castigar a sus doncellas. Mucho menos a una tan pequeña.
— Mi señora, estuviste viviendo en el extremo de la península con su alteza durante los primeros meses de tu matrimonio. Esta es tu primera vez en el palacio y yo he escuchado sólo rumores.
— ¿Sobre la niña?
— Dicen que es torpe para trabajar y que es arrogante, además de holgazana y por eso la señora Woo siempre tiene que castigarla, pero es la única que le tendría tanta paciencia. Señora, ya muy entrada la noche el eunuco Lee se fue a dormir y dejó a la niña allí, sólo entonces le pude llevar un paraguas y un par de bollos. La pobrecita estaba a punto de desfallecer, pero se negó a tomar cualquiera de los dos, dijo que su ama no le había dado permiso hasta que volviera a aclararse el cielo.
— Eso es demasiado severo. Parece que les gusta humillarla. Me pregunto ¿a qué se debe tanta crueldad contra ella?
— Señora, la señora Woo es realmente severa con esa niña y ella aún es muy joven. —Se lamentó mientras su ama miraba y cubría a su hijo. Él dormía plácidamente ignorando la conversación de ellas.
— Hablaré con su alteza, pero no estoy muy segura de que pueda hacer algo de inmediato. Tendremos que dejar algunas oraciones para que esa pequeña criatura soporte un poco más.
Pero Eunyeong no estaba segura de poder soportar demasiado. Después de aquel torrencial aguacero, había estado enferma por casi un mes más. Había podido descansar ya que Woo Jayoon temía tanto contagiarse de resfriado y la había mandado a la pieza más lejana y a que no saliera hasta que su cara demacrada desapareciera.
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La fiebre no bajó fácilmente, pero había seguido las costumbres con las que su madre la cuidaba cuando estaba enferma. Se cubría bien y bebía agua caliente, además de té de flor de boldo que ella misma hervía en el pequeño fogón dentro de su pieza. Había comenzado a temer incendiarse si se llegaba a quedar dormida, así que apenas hervía el agua apagaba el fuego y se metía a la cama. Lloraba casi todo el tiempo por la desesperación de estar enferma y extrañar a su madre. Si hubiese estado con ella al menos se podría refugiar en sus brazos y no dejaba de arrepentirse por creer que trabajar en el palacio sería una aventura maravillosa. Si hubiese sabido que ese sería su destino, habría huido en cuanto llegó el decreto del emperador. ¿A dónde? Quizás al norte, pero no lo había hecho y ahora estaba sentenciada a morir pronto por una mujer que la odiaba sin razón aparente. Era lo que pensaba todos los días mientras escuchaba las gotas chocar en el techo.
Al final del mes había sido visitada por la matrona quien, tras verificar su temperatura con una mano, la había hecho volver a su trabajo diciendo que se habría repuesto días antes y sólo estaba holgazaneando dándole problemas a ella y a todos los demás. Por supuesto, su cuerpo aún no se había repuesto y terminaba completamente exhausta. Había adelgazado bastante debido a que llegaba cada noche a acostarse y dormir profundamente, a veces despertaba a media noche para quitarse el uniforme, a veces llegaba la mañana y ella aún no se había cambiado.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...