LXV

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Había, siguiendo los senderos en la montaña, templos que en más de una ocasión habían servido como refugio. Esta vez, uno de estos había acogido a un grupo masculino que, ansiosos también por cobrar la recompensa, habían abandonado las comodidades de su hogar para buscar al antes wonja. Eran un total de quince hombres y quince corceles alrededor del fuego pobre que habían conseguido encender y que protegían avivándolo con los leños que se secaran. Los humanos se mantenían envueltos en sus túnicas, bebiendo té caliente. Sus perfiles lucían un poco negros, un poco macabros, por el ángulo de la iluminación y la oscuridad de la madrugada. El audaz hombre que los dirigía se quedó en su sitio contemplándolos.

— Apaguen el fuego. Es hora de continuar. —Anunció firme. — Alguien más pudo haberse adelantado anoche, pero la tormenta tuvo que detenerlos, así que es hora para tomar ventaja.

Miró al grupo. Sus rostros cansados y adoloridos por el camino delataban que no querían quedarse allí, tampoco querían salir en medio de ese horrible invierno y estaban desmotivados en todo sentido, pues no habían encontrado más rastros que los rumores de la gente. También, la tormenta los había tomado por sorpresa, por lo que no cargaban madera cuando llegó y habían podido recoger muy poca, de la cual, la mayoría, había estado húmeda toda la noche. Naturalmente, no estaban de ánimos para seguir.

Casi a regañadientes, tomaron sus herramientas, se cubrieron con paños la mitad inferior de la cara y salieron en conjunto.

La bruma ya había espesado y apenas podían verse una a otros. Avanzaron entre el bosque sin separarse buscando señales de alguna otra presencia humana o quizás algún animal del que defenderse, sin embargo, lo que distinguieron fue algo tendido entre la fina sábana blanca. Era más pequeño y delgado que un árbol de esa zona, y luego de acercarse, pudieron darse cuenta de que tenía manos y piernas.

— Por todos los cielos. Es un hombre.

— ¿Será de alguna otra aldea?

— Quizás un pobre tonto que quiso avanzar en medio de la tormenta.

Los rasgos que pudieron distinguir eran pálidos y petrificados, medio escondidos con la capucha y algunos mechones que se habían salido de su lugar, ambos ojos abiertos. El cuerpo entero estaba inmóvil, pero aún dudaron en acercarse más.

— ¿De quién se trata?

Uno de ellos se acercó paso a paso y se inclinó para iluminar su rostro con la linterna en sus manos. Descubrió leves rastros del fuego, los vendajes aún en su boca y sus manos.

— ¡Es él! ¡Es el hombre de los vendajes! —Se apartó casi cayéndose por lo rápido que lo hizo.

Los rostros de sus compañeros se revolvieron entre terror y angustia. Querían salir corriendo, mas se quedaron atentos al hombre tendido al ver que no se movía.

— ¿Está muerto?

El hombre al frente se armó con una lanza improvisada en casa, que utilizó para propiciar una profunda cortada en la espalda del acusado. Vieron emanar un leve brote de sangre y retrocedieron.

— ¡No está muerto! —Se apresuró a advertir. — ¡Está paralizado por el frío! ¡Pronto! ¡Atémoslo antes de que pueda moverse!

Nadie reaccionó de inmediato. El hombre, casi enloquecido por la adrenalina del momento, arrastró a dos más del frente.

— ¡Átenlo!

Los dos lo miraron. Uno de sus ojos tenía la pupila fija en lo que parecían ser ellos. Se movieron haciendo deslizar un poco de nieve y el brazo del príncipe con esta. La gente volvió a aterrarse.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora