CXXIII

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— Señor Kim. —El hombre rico, sentado ante una mesa con un tablero de juego, apenas se dignó a dar atención al que recién llegó. — Temo no traerle buenas noticias.

— ¿No dijeron que An sobrevivió al ataque?

— Mi señor, quizá la hayan hecho prisionera y...

— ¿Y qué? Ya casi pasaron dos meses desde que la envié. ¿Es tan inútil que no puede hacer algo tan simple? Es una prostituta. Bastaría con que posara a cualquiera de esos hombres obscenos entre sus piernas y ya habría abierto el acceso. —Pensó en silencio.

— Señor, quizá la chica esté en problemas. ¿Debería enviar a alguien a intentar dar con ella?

— No gastaré ni un centavo más en ella. No era más que un problema. Esa perra estúpida. No debí considerarla nunca. ¿En qué estaba pensando? Sólo me hizo perder una inversión. Los estúpidos como ella siempre serán sólo eso. No sirven más que para causar lástima y repugnancia.

— Podrían matarla.

— ¿Y? Si vive o muere ahora no es de importancia. Hablaré con los generales para una nueva estrategia y llegar al acceso subterráneo.

— ¿Y qué hay con sus hermanas? —Finalmente el otro se detuvo de su juego y miró a su sirviente esperando que continuara:
— Señor, un par de chicas han estado recorriendo provincias buscando a An. Dicen ser sus hermanas.

— Siendo su madre una puta también, no me sorprendería que tenga hermanas regadas por toda la nación.

— Parecen empeñadas en hallarla.

— Mátalas entonces. —Volvió a su juego.

Y sería esa la última vez que aquel sirviente sería capaz de servir...




— Padre. Tío. Tía. Primo.

Saludaron a un tiempo ellas poniéndose sobre una rodilla con las yemas de su mano zurda sobre el hombro contrario. Volvieron a levantarse y se acercaron.

De pie ante una mesa en la que se extendían los registros del censo entregados apenas unas horas atrás y planeamientos de sus nuevas guardias, se hallaban los tres regentes y el hijo de Ari. El moreno mayor las miró apenas habían entrado, pero todo lo que hizo para indicarles su atención fue cerrar el libro que revisaban en ese momento y hacerlo a un lado.

— Tenemos la información.

— Su nombre es, de hecho, An Iseul y pertenece a la clase cheonmin. La más baja de la nueva división social del imperio de Yi. Nació en una casa kisaeng en la aldea de Hahoe hace diecisiete años, hija de una mujer llamada An Chae Ri; murió hace aproximadamente dos años en un saqueo a la casa kisaeng, junto con otras cincuenta personas. No tiene más familia. Yeoreum y yo nos hicimos pasar por sus hermanas para conseguir que nos dijeran sobre ella y a nadie pareció sorprenderle más allá de que su madre tuviera otros hijos en sitios distintos. Vivía como kisaeng en ese mismo lugar hasta hace dos meses y ocho días cuando alguien pagó un alto precio por ella y se la llevó.

— Fue Kim Sang Yu, quien es, ahora, el hombre mayor de la casa denominada Andong Kim. La más poderosa de la zona sur en estas fechas y está vinculado al palacio imperial desde que una de sus hijas se casó con el príncipe heredero. Kim y An no se conocieron sino hasta que él mismo la adquirió como a cualquier otro dentro de esa clase social: la compró. —Se indignó.

— Tío, esa chica no era en su región más que un objeto que no tenía derecho a ser tratada como un ser humano y viviría y moriría en esa situación. Incluso el propósito de su falso compromiso y su caravana pasando por aquí eran parte de un plan para el que ella fue designado como una herramienta y nada más.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora