CXVIII

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"Hoy los despedimos.

Hombres y mujeres que enaltecieron a sus linajes día tras día en cada encuentro, hoy se convierten en banderas de las familias que quedan.

Hombres y mujeres, responsables de crear cada momento de alegría y plenitud: aquellos días de primavera en que las familias se reunían y jugaban desde el almuerzo hasta la cena, porque estar en familia es lo mejor; es sagrado; aquellas tardes de verano compartiendo helados con hermanos y amigos, las noches frías en que abrigaban la casa avivando el fuego tras haber cerrado cada ventana, para después malcriarnos con alguna sazón, tan propio de ellos, los regalos en cada ocasión que a veces creaban con sus propias manos; esos momentos en los festivales por los que sus manos se esforzaron para que todos pudiéramos pasar un rato enamorados de ese ambiente.

Cuesta aceptar que el tiempo sigue pasando y ante nuestros ojos se vacían lugares en la mesa, habitaciones. Cuesta creer que habrá miembros que no nos verán llegar a ser adultos, ancianos, incluso jóvenes temperamentales. Cuesta deshacerse del dolor de verlos allí y saber que ya no podremos verlos caminando de un lado a otro, ya no los saludaremos y recibiremos una respuesta con sus voces. Ya no podremos dejar que los niños de las casas se sienten en sus regazos a escuchar sus historias y recibir dulces, ya no nos sentaremos en la misma mesa a escuchar sus consejos. Ya no estarán allí para ser cómplices de nuestras travesuras y reírnos hasta llorar. Los sonidos de las callejuelas con sus voces será música cuando se les extrañe de ahora en adelante, sonará como un susurro en el viento.

Sin embargo, aunque duele demasiado, no lloraremos mañana, porque, así como nos despedimos hoy de ustedes, llegará el día en que nos volveremos a encontrar con todos aquellos que ya se han reunido más allá de este mundo.

Den nuestros saludos a quienes están allá, aquí, nosotros procuraremos su memoria.

Hasta siempre."

Al despedirse se sintió un fuerte nudo en la garganta del parlante. Mantuvo sus lágrimas dentro de sus ojos, pero aún apretó en sus manos las honras para su tío.

La tradición decía: todos honramos, pero cada familia debe honrar primero a los suyos.

Y así se hizo.

La gente subió y bajó alrededor del santuario que construyeron, de nuevo, sobre la montaña, en lo que designaron como espacio para el cementerio luego de haber limpiado.

Después de varios días completaron los espacios en blanco, organizaron las cuentas necesarias y establecieron una fecha fija para iniciar la reconstrucción. Los movimientos violentos que se dieron en las catacumbas se redujeron a simples peleas entre los esclavos debatiendo si era mejor morir o vivir. Aún tendrían que retomar su trabajo, del cual, Dong Yae se quedó a cargo, así que procuraban mantenerlos a raya. Si su comportamiento era bueno, los dejaban trabajar, si era malo, los encerraban en la oscuridad para que no molestaran a otros.

Limpiaron toda la ciudad y el sendero hacia los picos de la montaña. Midieron la tierra. Dispusieron nuevas parcelas. Las zonas que fueron quemadas fueron planeadas para cuidarse y rebrotar. No serían las mismas que la ciudad y ellos mismos vieron una vez, pero pasearse entre esos árboles verdes, rojos, retoñados o sin follaje seguiría siendo agradable, como ese abrazo cálido y enorme al que estaban tan acostumbrados.

Habían hecho ese trabajo menos de dos décadas atrás. Por supuesto que no fue trabajo que desconocieran. Construyeron primero cabañas simples que pudieran refugiarlos de las temporadas crudas. Sería algo temporal. Recolectaban madera ayudándose unos a otros, comían granos que hubieran tenido en reserva y algunos curtivos de verduras silvestres que las mujeres, jovencitas y Jeong se encargaban de preparar.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora