LXXV

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A punto de ser las seis de la tarde, unas cuantas nubes se habían formado en el cielo; mejor dicho: habían llegado desde el este, sopladas por un viento sutil que presagiaba la lluvia de ese día. Pero, mientras el sol brillaba, bajo ese cielo azul, el joven castaño tarareaba con el corazón feliz mientras elevaba una gruesa rama. Se llevó las manos a la cintura y resopló cansado y satisfecho.

— Uff. Esa era la última tanda de hoy.

Admiró satisfecho la ropa extendida en un lazo grueso. Recogió su pequeña cesta de bambú y volvió al pórtico. Jaló un pequeño banquillo y se sentó después de tomar un jeogori masculino que había estado esperando paciente por un poco de atención. Al desdoblarlo halló un carrete de hilo que él mismo había dejado allí y una aguja.

— "Estos días me he concentrado solamente en manipular bien las cadenas y en aprender los movimientos de combate, pero... si lo pienso bien, las tareas de la casa son suficiente para mantenerme en buena condición. Desarrollo la misma fuerza en brazos que Yul toma con sus arduos entrenamientos con sólo lavar la ropa." —Se rió. Buscó en las mangas la rasgadura que había hecho la flecha en aquella ocasión en que se encontraron con los exorcistas.

Se quedó en silencio admirando el hueco por dónde cabían perfectamente tres de sus dedos.

Mientras comenzaba a pasar la aguja, en su mente tomó forma la imagen de Yul. Aquella noche, cuando se acercaba a Ari, luego de haberla escuchado hablar, una flecha había aparecido entre la bruma y se había clavado en su brazo. Quizá, de haber estado solo, se habría quedado estático, pero no lo había estado y Yul lo había jalado por la ropa. Después lo había ayudado a remover la punta metálica y le había atado su cinta para evitar que la sangre siguiera fluyendo. Lo había reprendido por no ser cuidadoso, pero no se había molestado en volver a mencionar nada al respecto. Incluso, al volver, había sido él mismo quien lo ayudó a curar la herida sin hacer otro comentario, ni siquiera sobre la mancha en su banda.

La sonrisa en los labios de Jeong se extendió gentilmente.

— "Él es dulce, incluso si no sabe cómo mostrarlo. Se ha exigido tanta firmeza estos años, que temo de que se haya olvidado cómo exteriorizar sus sentimientos. De que también es normal sufrir y que no tiene que cargarlo solo."

Satisfecho al ver la tela perfectamente cosida, confesó un secreto al silencio:

— "Realmente quiero quedarme a su lado por siempre."

— Es hora.

Jeong dio un respingo. A su espalda se encontraba Yul mirándolo con una ceja levantada.

— ¿Hora?

— De la reunión. Vámonos.

— Oh, sí. —Volvió a enrollar el carrete, clavó la aguja en este y dobló la prenda. — Espera. Espera. Ya voy.

Lo alcanzó con un par de pasos largos. Después retomó uno tranquilo y caminó a su lado moviendo ligeramente los hombros y llevando la mirada en el suelo.

Hay quienes dicen que mirar al suelo es una señal obvia de sumisión, de temor. Quizá haya algo de verdad en eso, pero también es un reflejo de timidez. Y la timidez no siempre es mala.

Jeong se sentía especial al caminar junto a Yul. Quizá porque no lo hacían a menudo. Después de lo que pareció una eternidad de inquietud entre ellos; después de volver a casa, comer en silencio y separarse para atender diferentes actividades, esa era la primera vez en el día que caminaba a su lado. Tenía las mejillas sonrojadas y una sonrisa en sus labios rosados. Bracear suave era una costumbre que le había quedado de imitar a su padre, después de todo, aún era un niño muy pequeño cuando sus vidas se cruzaron.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora