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Los olores de las carnes asadas a fuego vivo, sopas, guarniciones de verduras fueron abundantes desde el atardecer. Flotaban alrededor de las mesas en las que ya se hallaban los campistas atendidos por el centenar de guardias y eunucos o doncellas. La mayoría estaba conversando sobre los invitados que tendrían, algunos suspirando halagos o insinuaciones para enlazar a sus familias de una manera más profunda, algunos otros haciendo preguntas sobre su aclamada aldea y la fortuna de esa tierra, aunque las respuestas del joven moreno consistieron en repasar con amabilidad y buen humor los puntos que ya había mencionado sobre su hogar para dejar, así, que los nobles que lo habían escuchado fuesen quienes tomaran el rumbo de los temas hasta desviarse mientras se introducían en la boca bocados de los platillos bien sazonados con hongos secos y molidos hasta hacerse polvo y bebían de un té de coloración marron-rojiza que nadie sabía de dónde había salido, pero todos disfrutaban.

O casi todos. El moreno fuereño había expresado su fino gusto por el té verde y era el único que había estado bebiendo, así como sólo consumía los bocados que preparaba a su lado el joven castaño con una sonrisa inocente y dulce.

Ari, por su parte, estaba sentada con la espalda bien erguida, a un lado de su marido, sirviéndole vino o trozos de comida en su plato de arroz y dedicándole sonrisas para después mirar su propia ración y dar un bocado elevando sus ojos para cruzarlos con el hombre sentado en la mesa al otro lado del pasillo. Lord Song.

Su habilidad para enmarañar a ambos era sencillamente impecable por donde se le viera. A Yoon le dedicaba sonrisas y le hablaba bajito, reía detrás de sus mangas y le servía atenta, mientras que a Song le daba miradas llenas de melancolía, como si su apasionado corazón estuviera rompiéndose, sin embargo, estas conexiones apenas duraban un parpadeo, pues después actuaba con frialdad a su presencia volviendo su atención a su marido. Un detalle que Song bien había percibido en su convivencia con la dama: educada para no mostrar sentimientos en público si estos le atacaban la reputación o el pudor. Quizás era esa la razón de que le rehuyera incluso a un saludo cordial. Quizá era que ella misma maldecía su suerte y temía expresarlo al mirarlo.

Quizá...

La exacta duda que Ari buscaba avivar en ese hombre, a quien aún veía un propósito.

Su hermano la observó desde su lugar. Le siguió ese par de pupilas descifrando su intención. Y sonrió.

— Jeong.

— Estoy aquí, joven amo. —Se acercó más cuando Yul le hizo una seña para susurrarle algo. Después miró discreto en dirección de su hermana y sonrió de la misma manera. Miró a Yul y asintió. Después tomó la tetera y, haciendo una leve flexión en sus rodillas, se retiró.

Sí, general, pero ese es un juego para los soldados. Los yangban, jugamos tuho. —Esto último lo dijo dirigiéndose a Yul.

— ¿Ha jugado tuho, lord Yul?

— No. Es la primera vez que lo escucho.

— Oh, entonces venga. —Se pusieron de pie todos.

Parecía casi increíble cómo se movían. Como si fuesen un rebaño de ovejas. Parecían dispersos, pero estaban juntos. Incluso las mujeres se unieron a ellos en el punto de reunión.

El espacio era amplio. Un grupo de eunucos colocó una estrecha jarra de madera a unos tres o cuatro metros de distancia del grupo y repartió a cada presente un conjunto de seis jabalinas.

— El tuho es un juego que se ha practicado desde hace siglos. —Explicaba uno mientras recibían sus largas varas.
— Está relacionado estrechamente con las clases altas ya que no requiere de actividades que nos precipiten o exijan agresividad, así que incluso nuestras mujeres lo han jugado. Es sencillo, lo único que tiene que hacer es lanzar la flecha para meterla en alguno de los aros de esa jarra que ve allá. Diez puntos si cae al centro. Veinticinco si entra en los aros laterales. El vencedor se determina por la cantidad de flechas ensartadas y su colocación. ¿Quiere intentarlo?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora