CXIV

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De tín, marín. De do pingüe. Cucara, macara, títere fue... ¿fuiste tú o fue aquel?

Sonaba inocentemente con la voz de muchos niños, reunidos en círculo, escogiendo a quien perseguiría al resto.

Eso habría sido hacía más de doce años, o quizás apenas unos meses atrás. El tiempo era indefinible si al comenzar a cobrar sentido, todo lo que percibía eran vagos destellos de los recuerdos que su mente seleccionaba al azar para hacerla reaccionar. Afloró a su alrededor el silencio y en su estómago el dolor cuando se estabilizó.

Ari creyó adivinar de qué se trataba.

Estaba en sus majestuosos aposentos de la mansión Yoon. ¿Cuánto había pasado? Seguramente toda la noche.

Lentamente los recuerdos más recientes comenzaron a volver a la superficie de su cerebro convirtiéndose, de voces lentas y lejanas, a algo que casi gritaba y hablaba rápido. Tan rápido que dejó de entenderlos hasta el momento en que esa mujer apareció frente a sus ojos:

— Mi hermana mayor me dijo todo lo que habló con mi padre el día en que ambos murieron. Atrévete a negar que tú eres la hija de ese monstruo. El príncipe Hwan.

Sus pupilas se contrajeron llegando a la total percepción de la claridad del día y de sus mentes.

Apretó sus puños sobre el suelo e hizo un esfuerzo por levantarse.

— "No debiste dejarme vivir, Yoon Kyung Ji. Deberías haberme asesinado en cuanto pudiste."

Claro. Ya recordaba. El día anterior Yoon Kyung Ji la había llamado mientras ella supervisaba la preparación correcta de las infusiones para sus hermanas de matrimonio y para las niñas de toda la mansión. Nada fuera de lo cotidiano, hasta que al llegar a la sala principal de su marido se encontró con la presencia de una nueva mujer. No es que le fuera desconocida. De hecho, era Sin Hye Jung. La hija menor de Sin Gong Chul. Lo que la sorprendió y molestó fue que estuviera sentada junto a su esposo, en el lugar que a ella le correspondía como señora de la mansión. Y más aún que tuviera la osadía de encararla como si se tratase de la emperatriz interrogando a una criada.

Negar que su padre era Hwan de Yi. Nunca. Permitir que Yoon Kyung Ji se creyera con el poder o la autoridad de cederle a otra mujer su destino. Jamás. ¿Y qué si la había descubierto?

— Tu padre y tu hermana están muertos. Y te aseguro que sufrieron como un cerdo en matadero. Habrían gritado igual. Y acusarme no te devolverá nada, porque sencillamente ya no importa. Ya no tienen siquiera dinero con el que recompensarte. Ni mansiones lujosas, ni sirvientes que trabajen lealmente para ustedes. Soy yo la hija del príncipe Hwan de Yi, ¿y qué? ¿Creen que pueden hacer algo para borrar mi sonrisa? Incluso la muerte no me asusta, yo he ganado. Ya he terminado y ustedes me han servido muy bien. Que pena que se enteren tan tarde.

Y vaya si lo era, porque ella le había advertido de matarla teniendo la oportunidad, pero no lo había hecho. No lo había hecho y no había contemplado tampoco la visión de ella asesinando a los dos sirvientes y guardias que deberían haberla mantenido viva, encerrada hasta tener nuevas órdenes del emperador. Ni de las serpientes que liberó al enterarse de la aprehensión de sus amigos y con las que asesinó a cuántos los retuvieran.

Nadie la hubiera previsto sembrando terror en la mansión Sin, llamando de puerta en puerta de las habitaciones mientras entonaba esa inocente canción con las mejillas sonrojadas, los labios rojos curvados en una sonrisa y sus ropas blancas tiñéndose con sangre. No se había preocupado más en enredar sus emociones con esa excelente actuación de la dama inocente, difamada y suplicando piedad. Ella jamás suplicaría y así volvió frente a su marido varios días después, transformada en un espectro blanco de cabello negro y con una serpiente sobre los hombros. Una diosa de horror. La perpetradora de homicidios que jamás se le podrían probar, salvo por Yoon Kyung Ji, pero él mismo no viviría para contarlo.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora