El recorrido desde Hamgyong hacia la capital del sur no mostraba más que la tierra desierta. Los árboles estaban secos, algunos trozados por algún rayo que hubiera caído sobre ellos en las últimas tormentas; y ante los ojos de todos no había más que un manto níveo y helado. Las temperaturas eran bajas durante el día, pero durante la noche descendían aún más. El cielo siempre estaba cubierto de nubes pesadas, oscuras, envolviendo incluso el mediodía con la penumbra del amanecer.
Allí, sobre el sendero dibujado por su imaginación, se desplazaba la docena de guardias arriando fuerte a los caballos, tirando a prisa aquellas jaulas a sus espaldas, en busca de refugio contra la tormenta que se avecinaba.
La bruma se volvía más densa, tanto que podrían perderse de vista incluso estando uno al lado del otro.
— ¡Mi general, veo una brecha por allá! —Anunció apuntando a su lado izquierdo. Su voz apenas podía competir con el estruendoso viento, pero fue suficiente para que el mensaje llegara a los oídos de aquel que iba al frente.
— Bien. Guíanos. —El jinete anterior hizo caso y desvió primero su caballo. Después todos le siguieron hasta una pequeña caverna oculta entre los troncos abandonados.
Se resguardaron toda la noche usando provisiones de leña para encender fuego, adentrando un poco más a los caballos para aprovechar el calor, y dejando las jaulas bloqueando gran parte de la entrada.
— Tú. —Tomaron a una más de las jovencitas prisioneras. — Apúrate y sirve a nuestro general. —La arrastraron hasta los pies del hombre y este le dio una mirada como si se tratase de cualquier criada sin importancia.
— Ay, ay, ay. —Suspiró tomando a la chica por las mejillas con una mano. — La cosecha de hoy no es especialmente buena. ¿Cómo es que las mujeres de estas fechas son tan feas? —Se inclinó contra el muro a su espalda y batió la botella de licor en su otra mano.
— Las casas kisaeng no pagarán mucho por ellas. Que desperdicio.— Es lo mejor que conseguimos hoy, mi general. Quizás en el siguiente cobro consigamos algunas más jóvenes y bellas. Más robustas. Estás son tan delgadas que parecen calaveras. Le quitan el gusto a cualquier par de ojos.
— Agh. —Pateó a la chica que, a sus pies, no dejaba de temblar aterrada. — Quita esa cara, puta. Haces que incluso el licor pierda sabor.
— Perdóneme, señor. —Sollozó ella bajando la frente hasta el suelo.
— Si quieres perdón deberías sonreír y servir el licor. Si haces esto bien complacerás a otros hombres importantes y vivirás como una gran dama de renombre.
— Despreciables bastardos usureros. —Murmuró Geu Roo desde su sitio en la jaula.
— ¿Qué dijiste, estúpida?
— Les he dicho despreciables bastardos usureros. —Habló más alto y mirando a los ojos del hombre. — ¿Se creen importantes por saquear una pobre aldea? ¡No son más que cobardes, miserables que no hallan mejor ocio que imponerse ante los que sufren para ganarse el falso elogio de un mediocre que se hace llamar emperador!
— ¡Tú! —Enojado, un hombre se acercó a la jaula y la arrastró fuera por la ropa.
— ¿Cómo te atreves, perra! ¡Estás hablando sobre el emperador! ¡Te cortaré esos lindos labios yo mismo para defender su honor!— ¡Hágalo! —Retó con firmeza. — ¡Póngame una mano encima! ¡Mátennos a todos! ¡Pruebe la tolerancia del príncipe heredero cuando sepa que han dañado a las personas que lo salvaron! —Las sonrisas de los soldados se desvanecieron dando paso a la confusión.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...