XLIII

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Tan pronto como se instalaron, Geu Roo se ocupó de verificar y rectificar sus cuidados en la salud de su salvador, quien, exhausto, cayó en un profundo sueño durante tres días y tres noches enteras. De nuevo tuvo un poco de fiebre, como si hubiese esperado a llegar a ese lugar para que las consecuencias se hicieran presentes, o quizá sólo habría sido que ella también estaba un poco enferma como para notar la fiebre que él tenía desde antes de rescatarla.

Al paso de unos días, las cosas volvieron a un curso casual y tranquilo. Los pacientes iban y venían, cómo los huéspedes nocturnos. La casa parecía volverse pequeña a pesar de las habitaciones laterales, así que, aquella tarde, Geu Roo se había dedicado de lleno a mover cosas y ordenar un poco a fin de liberar una nueva recámara.

— ¿Sigues trajinando duro a esta hora de la noche, Geu Roo? —Miró a su espalda encontrándose con un par de mujeres al frente del pórtico.

— Ah, señoras Beong, Yang. Buenas noches. —Sostuvo su escoba en una mano y salió hacia ellas.

— Dicen las gentes que barrer a esta hora ahuyenta el dinero, Geu Roo. Habrías de aguardar hasta mañana.

— Mañana temprano iremos por agua. Ahora somos cuatro personas en la casa y ocupamos más. Además, estamos todos acatarrados y ocuparé toda la mañana para asar las cosas para la medicina.

— Ah, sí. Mira, te trajimos unas cobijas nuevas. —Las sacaron de sus canastas. — Están recién cosidas. Checa.

— No se hubieran molestado, señoras. —Agradeció recibiendo las mantas.

— No es molestia, Geu Roo. Ya sabes que lo que ocupes, nos echas un grito. Te las íbamos a traer mañana, pero ya que pasábamos por aquí nos dijimos «pues hay que dárselas de una vez».

— Gracias. Harán bien a todos.

— ¿Y cómo siguen? Llegaron en plena crudeza del clima que me sosprendió que no se hubieran quedado tirados por ahí en la nieve.

— Y con ese chiquillo con ustedes. Antes vivió.

— Tenía mucha fiebre. —Miró al interior de su casa. — Ellos dos estaban más mal que nosotras. La señora Han se hizo cargo de los tres por un par de días para que yo también me repusiera un poco. Ahora todo ha mejorado.

— Han es la anciana, ¿no?

— Sí. Dice que es una chamán. O eso hacía allá en su tierra.

— ¿Y el chiquillo?

— Bueno, aún no ha dicho ni una palabra y sólo le llamo "corazón". Me pregunto si siquiera puede hablar, pero medio recuerdo haberlo escuchado balbucear algo, así que sólo debe estar muy asustado. Es normal. Ese lugar era horrible.

— Y ese hombre que vive contigo, ¿quién es en sí? Escuchamos rumores de que era ese paciente al que salvaste en el riachuelo el año pasado.

— Sí. Él es el príncipe Hwan de la nación del sur.

— ¿Ah, sí? ¿Un príncipe?

— ¿Y qué hace aquí?

— Es una larga y triste historia. Quiero ayudarlo en todo lo que me sea posible.

— ¿Será bueno?

— Puede que sí. La podría recompensar bien.

— Ah, sí. ¿Es un príncipe rico?

— Señoras, por favor, no hagan chismes. Su alteza es un buen hombre. Eso basta.

— ¿Será que es uno de esos príncipes que perdió a su tribu por la guerra?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora