CXXII

20 2 76
                                    

Sentada en el suelo, la prisionera sentía presión en su cabeza y su pecho causada por la impotencia. Hacía tres días que estaba dentro de las murallas. En todo el sentido literal posible. Estaba dentro y debajo de estas. Sintió su propósito lejos de poder culminarse, estaba más lejos de su objetivo de lo que lo estuvo cuando partió de Yangdong.

Se escucharon pasos y voces que decían algo que no pudo entender por el eco. Eran dos hombres y una mujer, hablando con las voces que pudo reconocer de los chicos que la llevaron hasta allí.

Sintió un escalofrío en todo el cuerpo y se preparó para lo que fuera que apareciera por el sendero que ella misma había seguido.

Como era de esperarse, imaginó a una persona de apariencia guerrera, quizás un hombre enorme lleno de cicatrices en la cara y una abundante barba. Algo más parecido a los que solían ser verdugos en su clase social.

Vio las sombras acercándose, figurando algo que ni siquiera parecía humano y que empezó a dividirse cuando se acercó más.

¡Que sorpresa se llevó al vislumbrar a tres personas llegando al pie de la escalerilla! Y no eran ni cercanos a su imaginación.

Esa visión era completamente distinta de los rumores. Sus bocas no exhalaban fuego. Sus ojos no estaban inyectados en sangre, pero... ¿sería posible que fueran fantasmas enfurecidos?

Fuertes, orgullosos, gallardos, indoblegables que no temían ni siquiera del emperador; eso sí era verdad. Decían que sus pasos derrumbarían montañas, harían arder bosques. Un paso para masacrar a pueblos enteros. Un paso para salir del mundo de los muertos. ¿Sería eso verdad también?

Los dos al frente eran los guardias.

Detrás iban tres. El primero era moreno, de aspecto maduro y bien conservado. Tenía el cabello anudado en una trenza en el centro alto de su cabeza. Llevaba prendas de colores negros y verde menta, un par de pendientes de plata y un cinturón con un aro de jade en su costado derecho. El otro hombre era castaño, vestía de colores claros en durazno, rosa y blanco, llevaba cinturón de color amarillo con bordados más oscuros y una hebilla de oro, al igual que eran de este sus pendientes largos. Su cabello estaba atado en una coleta desenfadada y sujeta a su cabeza con una banda blanca. Y luego estaba la chica: pálida como sus ropas. Su cabello negro intenso y sus labios rojos eran lo que sobresalían. Tenía el cabello atado en media coleta que descendía en tres delgadas trenzas y llevaba pines de figuras de insectos brillando en diferentes colores y pendientes carmesí.

— Hola. —La saludó el moreno con una sonrisa al detenerse frente a la celda. — Gusto en conocerla, señorita Iseul. Soy Hwang Yul. Él es Hwang Jeong. Ella es Hwang Ari. ¿Nos habremos encontrado antes? —Ella tensó su mandíbula.

— Tengo diecisiete años. No recuerdo haberlo visto en toda mi vida.

— Claro que no lo has hecho. —Sonrió.

— Pero todos hemos escuchado de todos ustedes. —Se forzó a ser valiente para decir eso.

— Por supuesto que has escuchado de nosotros. Hwang—Continuó la mujer empoderada acercándose a la reja, se inclinó hasta poder ver de frente la cara de la jovencita—. Somos los demonios de las historias con las que su sociedad justifica sus acciones y la miseria en la que viven. —Se alzó de hombros. — Está bien por nosotros. No vamos a negar que hace unos diecinueve años la provocamos. Mantenerla, nutrirla e incrementarla al punto de no tener ni un grano de arroz para el día a día dependió de ustedes.

— Los viejos dicen que ustedes destruyeron todo lo que teníamos.

— Era de suponerse. —Continuó Ari. — Bueno, la verdad no se puede cambiar, aunque se esconda. ¿Y qué? ¿Piensan que pueden invadirnos así?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora