La calesa era como un escenario de teatro por dentro, los asientos de telas satinadas, aterciopeladas y un quemador de incienso, que además de emanar un aroma fresco, lo mantenía caliente. El amo miraba hacia afuera con la barbilla apoyada sobre el dorso de su mano; al frente, sentada sobre sus piernas, adornada por su faldón como una flor, estaba la chica, mirando el interior del carro. No era pequeño como el que le habían dado para su supuesto viaje de bodas, tampoco era como el que habían usado antes. Este era muy espacioso y tenía ventanillas largas formadas por el hueco que dejaban las puertecillas a la altura de las grandes ruedas traseras. Su techo era largo y cubría el lugar del o los conductores, que en ese momento estaba siendo ocupado por los dos chicos guiando a los caballos.
El sonido de las ruedas de madera fuerte resonó mientras descendían por una rampa inclinada sólo lo suficiente para facilitar el desplazo del vehículo, no para presionar o lastimar a los animales.
Luego cruzaron a buena velocidad la playa. Hacía frío. El aroma del agua salina casi se convertía en sabor al inhalarlo tan profundamente. Las olas eran escandalosas al moverse, al arrastrar la arena y al romperse con las rocas. Un canto que ella había escuchado por última vez en ese otoño y que añoraba a pesar de ser salvaje. El viento, aumentado en su potencia por el movimiento, casi ensordecía por completo los susurros del agua. Ese día había claros de luz atravesando las nubes oscuras y dejando pasar un poco de calor.
Sha. Sha. Shshshaa.
Canturreó el mar hasta que se alejaron un poco rumbo a la zona más poblada.
La calesa se encaminó hacia el arco en medio de altos muros de piedra, resguardado por nada más que dos torres en lo alto desde donde fueron avistados al entrar. Tras la fortaleza, cuya función no era otra que resguardar la propiedad como un recinto de refugio para la población en caso de ataque, siguiendo un sendero de rocas alisadas, sembradas cuidadosamente para formar el paso, se erguía una nueva mansión. Nada sombría, a pesar de estar rodeada de pasto seco y árboles calvos, delgados como un esqueleto, con el cielo gris como fondo visible. Sus muros de color rojo eran altos, las habitaciones laterales despedían luz a través de los papeles de puertas y ventanas y había gente cruzando, envueltos en abrigos abombados, bufandas y botas rellenas de telas cálidas. Unos cuantos, también con grilletes en las muñecas, salieron al pórtico para recibirlos. Ese pórtico era también sensacional: dos columnas firmes y sólidas de madera sostenían el tejado en arco del que colgaba un escudo con la figura de un hombre con un arco tenso. Era una figura interesante, pues el hombre parecía tener el viento en contra y el cabello, con una corona singular que le sostenía en alto la coleta, se levantaba ligeramente, sus piernas, espalda y brazos en una postura perfecta, la flecha que sostenía entre sus dedos medio y anular tenía las plumas en forma de espiral y su arco era, al menos, una cabeza menos de largo. El escudo era de metal, grueso y parecía pesado, pero la figura estaba completamente tallada en color negro, con cada línea bien formada y unida. Debajo de este se leía "Torre superior filarca".
Iseul no pudo retener la impresión que se formuló en su cara. Tanta fue que, al volver la mirada al lugar donde estaba Namoo, lo halló ya alejándose junto al dúo de chicos. Corrió un poco para alcanzarlos y seguirlos unos pasos atrás.
El primer pasillo era corto. Casi inmediatamente expuso la exquisita decoración. Muros rojos como las cerezas. Linternas en forma de flamas casi tocando en techo, del que colgaban tiras delgadas de hilo blanco uniendo delgadas barillas de metal en lo alto y lo bajo. Conocido en la región como "cortinas de las vírgenes", se utilizaban en sitios cuyo otro lado debiera recibir advertencia de la presencia de alguien.
La chica escuchó el tintineo cuando Namoo movió los hilos.
— Puedes ver el lugar. —Le dijo mirándola sobre un hombro. — No intentes salir corriendo. Nadie te detendrá mientras no te acerques a las puertas con esa intención. —Ella también lo miraba. Asintió una vez antes de que, él y los otros dos, cruzaran la cortina.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Ficción históricaHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...