CXXXVII

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La tradición es igual a sentarse a charlar con un abuelo muy viejo que evoca en sus historias de un tiempo que ni siquiera imaginas. ¿Puedes decir algo sobre los montículos que hubiesen existido hace cincuenta o cien años? Este abuelo no pararía de contar cómo florecieron y se marchitaron los prados en el camino, cuántos kilómetros recorrió, su trabajo, sus costumbres, lo que amaba en su juventud y sus importancias.

El aroma de las flores, sus colores, las formas de sus corolas, la tierra en cada grano, todo guarda secretos del tiempo que lleva entre nosotros, viendo a cada par de ojos nuevos, conociendo a los viejos.

Las luces de las velas... ¿cuánto tiempo lleva el fuego en este mundo? ¿A cuántos ha iluminado en noches oscuras? ¿Habría algo más viejo? Por supuesto. El cielo, que se ha oscurecido, ensombrecido, iluminado y despejado durante miles y miles de años viendo al mundo cambiar.

¿Cuánto podría no haber cambiado?

Para los subordinados del imperio Joseon, la simple referencia a la muerte era cuestión de horror. Era algo que, de igual forma que para muchos, quemaría los labios como agua hirviendo y era mejor dejar atorado en la garganta. Si bien, era común que se hiciera un funeral para los miembros de la familia imperial y había tumbas para los acomodados o fosas para los vasallos y mendigos, incluso presentaban condolencias y guardaban luto en la casa afligida, también era de lo más normal que se viviera la pena en completo silencio durante, cuando menos, tres años. Las personas se distanciaban tras dejar unas palabras de supuesto consuelo y aquellos familiares directos del difunto, bueno, sólo digamos que era mejor no volver a decir nada al respecto, como si la sola mención del difunto fuese a causar una especie de plaga sobre los oyentes. Allá, los templos eran lugares sagrados donde se honraba a los dioses de fuerzas superiores, considerando al cielo como el más alto de estos, y los reyes antiguos, allí se hacían plegarias para pedir por la buena fortuna a los ancestros guardianes de la nación pues se creía que sus almas podrían castigar o beneficiar a los descendientes. Jamás se vería algo como altares a difuntos considerados insignificantes, consiguiendo la palabra más exacta y menos despectiva. Tampoco era que se olvidaran por completo de ellos; una vez al año se les honraba dentro de los cementerios limpiando las tumbas y realizando ritos funerarios apropiados de quema de incienso y dejando , o en un pequeño altar en los hogares correspondientes para rememorar la importancia de los antepasados y la familia; no existía una idea particular sobre la relación entre la vida y la muerte, sino que era un estado que alcanzaba el cuerpo y el alma trasmutaba en "algo" para continuar existiendo. Su sentido estaba plenamente enfocado en vivir correctamente en la vida presente.

Pensarlo así, no era diferente a la idea de lo que decían todas esas personas, entonces ¿por qué se sentía más cálido? ¿Por qué esas velas, sus linternas, sus ofrendas, eran más vivas y alegres que cualquiera? ¿Por qué no asustaba pensar que estaban llamando a los muertos fuera de la fecha indicada?

Porque ellos no creen solamente en lo correcto de la vida presente. Porque para Hwang, la muerte podía ser tan bella como la vida, reuniendo a sus familias, amigos y seres queridos, dejando un legado de amor para el futuro guardado en lo que hicieran en vida. Porque, para ellos, sí existía algo más allá. Si bien, la muerte no sería el fin para la doctrina de Joseon, no había nada que buscar en la bruma que la seguía. No había nada más que una idea de convertirte en un "algo". Para "ellos" había algo. La bruma no existía. Y si lo hizo, se había disipado dejando ver rostros familiares que los recibirían con alegría. Y, así mismo, los honraban los vivos. Así, "vivían todos en uno" ...

La primera vez que se iluminaron esos muros, no eran más extensos que el promedio de una tienda de conveniencia pequeña a estos días. Todo lo que tenían para recordar a sus amigos y familiares difuntos era su cementerio, un hueco de metro por metro dentro del santuario, donde se habían colocado pequeñas tablillas de madera con los nombres de cada uno y sus banderas dobladas una sobre la otra. Un año después, las banderas se ondeaban extendidas en un espacio más amplio con una mesa para sus modestos altares. A más de una década, los pasillos ya formaban lo que podrían haber sido habitaciones de una enorme mansión. A lo largo, más de cien recolectando banderas de honra sobre altares escalonados de mármol.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora