XXXVII

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« Lo que ven allí es el ser más cruel … un hombre que fingió la muerte para huir de la batalla. Mi deshonroso hermano menor. El, antes tan aclamado, príncipe Hwan. … Un hombre que escapó dejando atrás a una esposa desconsolada, a un padre en agonía, que murió llorando su pérdida. »

« Merece ser ejecutado de inmediato… »

« ¡Traidor! ¡Traidor! ¡Traidor! »

— General Heo, proceda.

— Este infierno… —Sollozó. Alzó la cara mirando, lleno de furia, al frente. La cuerda que sujetaba sus muñecas cayó al suelo cubierta de sangre y su puño se estrelló violentamente en la cara del general a menos de un metro, con su espada elevada sobre su cabeza. El crujido de varios huesos resonó dejando al aire la cuestión de a quién le pertenecían las fracturas.
— ¡Todos ustedes arderán en este infierno! —Declaró tras arrancarse la mordaza.

El soldado, que cayó con la cara cubierta de sangre, mas no muerto, escupió algunos dientes junto a la saliva roja antes de volver a mirar al joven.

— Puedes engañarlos a ellos, Han kyul, pero yo sé quién eres y lo que has hecho. —Los reclamos se habían silenciado. Los presentes habían sido invadidos por una incertidumbre total. — Sé que nunca has sido el elegido, sé que no eres un héroe, de hecho, no eres más que un miserable traidor. ¡Todos lo son! —Se dirigió a aquellos que lo rodeaban. — ¡Hoy, juro que cada uno de ustedes, asquerosos y pútridos traidores, va a desaparecer de la faz de la tierra!

— Insolente. —Balbuceó desde el suelo el general. — ¡Te atreves a maldecir al emperador? —Se levantó con la visión obstruida a medias por su sangre. Abanicó con la espada dejando que el chico luciera la destreza de su delgado cuerpo. Estaba cansado, pero, más, estaba furioso.

— ¡Mátenlo! —Resonó la voz del séptimo príncipe cerca del emperador. — ¡Que no se escape!

— ¡Sae young! —Atinó a reprender su madre poniéndose de pie después de él. Miró angustiada a la explanada.

Las cuchillas se movían desgarrando al azar trozos de tela y haciendo fluir sangre. Los guardias estaban inseguros y asustados. No se atrevían a moverse ni un paso más cerca, así que sus alabardas eran fácilmente arrancadas de sus manos con un tirón. Hwan jugaba con ellos, como un gato cazando a un aterrado ratón. Su objetivo era acercarse lo suficiente al palco, pero entre las cuchillas de los soldados y con Heo enfrente sería difícil.

— ¡Arqueros…! —La voz del general se cortó tras esa simple palabra.

Un instante atrás, de nuevo, se había formado el barullo, lleno de gritos horrorizados de los espectadores en los palcos y ruido de sus intentos de escape. Y, de nuevo, se quedaron en silencio en el momento en que el príncipe abrazó el cuello de aquel llamado Heo Sung Cho bajo su brazo, asegurándose de hacer presión en la garganta para cortarle la respiración.

— ¡Alto! —Llamó el emperador, mas Hwan no soltó al hombre que se encontraba de rodillas, haciendo un máximo esfuerzo para alejar al chico. — ¡Hwan! —Volvió a llamar.

— ¡Kyaaaaaa! —Exhaló con todas sus fuerzas y tiró del cuello ajeno una vez. El crujido de los huesos resonó en el silencio y el guardia dejó de moverse.

El octavo príncipe se incorporó e inhaló varias veces recuperando el aliento antes de volver su rostro hacia el palco real. Sus labios estaban cubiertos de sangre y caían delgadas hebras de cabello en su frente.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora