Mañana tormentosa de otoño.
El viento había arrastrado la nube de vapores hasta diluirla a kilómetros, en las alturas del cielo gris. El olor a carne, madera, tierra y otras cosas devoradas por el fuego se había quedado en Yangdong mientras que, al llegar a Hanyang, el grupo llevaba una preocupación mayor que ser declarados “abominaciones del averno”.
¿Qué sensación experimenta una persona cuando se fuerza a despertar en medio de un estado deplorable? ¿Qué fuerza sobrenatural se necesita para hacer reaccionar un cuerpo con un tercio menos de sangre, la mitad de alimento y agua que provee energía y los músculos ahogados por dolor?
Jeong se preguntó incesantemente sin dejar atender cada mínimo gesto de vida que había presentado el menor en sus brazos. Por momentos parecía cercano a tomar consciencia, pero sus ojos sólo se abrían por breves lapsos, apenas suficientes para hacerlos saber que seguía con ellos… y que estaba agonizando.
El grupo había sido recibido con vítores que se pronunciaron más alto al verlos a todos vivos y victoriosos y que acallaron ante el clamo por el médico que Jeong soltó sin descender del caballo.
Los siguientes días al tratamiento de los médicos y la afirmación de su supervivencia, Jeong y Ari habían estado pendientes de él y sus síntomas. Angustiados cuando la fiebre no descendió tras las primeras curaciones, a pesar de la advertencia de que podría tomar unos días.
La preocupación y el estrés sofocaban al castaño, quien pasaba la mayor parte del tiempo cuidando del menor para procurar a su hermana tiempo que dedicarle a su hijo y darse por enterado primero que nadie del momento en que Yul despertara. De sólo pensar en que buscara ayuda o a alguien que le diera respuestas a cualquier cosa y no lo hallara, Jeong no podía dormir, no podía apartarse de la estera ni siquiera para comer. Se quedaba despierto toda la noche, acortando sus horas intranquilas bebiendo dos vasijas, que medían la mitad de su propia altura, de licor. El que fuese, pero que fuese licor. No es que le gustara beber compulsivamente, pero no hallaba cómo hacer otra cosa. Tampoco rozaba su límite de tolerancia; era capaz de tomar más, pero sabía que perdería la consciencia y todo lo que quería era no sentirse cansado.
Tres.
En total tres días esperó en vano. ¿Quién diría que Yul despertaría justamente mientras Jeong estaba fuera?
Sus oídos hipersensibles captaron el sonido de la lluvia. Percibió el olor de la sangre directamente sobre su nariz. Había algo presionando su hombro. Dolía. Abrió los ojos sintiendo que todo estaba dando vueltas y enterándose que el olor a sangre venía de su propio cuerpo. Inhaló profundamente por la boca recobrando estabilidad. Se estremeció nervioso, incómodo, entre las mantas y tratando de distinguir el techo ante sus ojos sintiendo una horrible ansiedad. En un respingo se sentó agudizando el dolor, haciendo mil y una preguntas mentales:
¿Acaso ese lugar en ruinas era una casa? ¿Era su casa? ¿Dónde estaba su gente? ¿Y los niños? ¿Y la aldea? ¿Aún seguía en Yangdong? ¿Qué pasó con la explosión? ¿Estaba muerto? ¿Estaba vivo? ¿Dónde estaba Jeong? ¿Ari? ¿Alguien?
Se sintió cayendo en un abismo de locura. No sabía siquiera si estaba asombrado o asustado.
Sus ojos vislumbraron vagamente el espectro de luz de algún relámpago y, tras unos instantes vio una silueta entrando con una pequeña tina de agua.
— ¡Yul! —Lo escuchó pronunciar. Después un sonido golpeó el suelo. Siguió la figura con la mirada, apenas descifrando esa imagen borrosa por el aroma de su cabello cuando lo abrazó y después el sabor de sus labios cuando lo besó.
— Estás vivo. Gracias al cielo.— ¿Jeong? —El castaño se separó y lo miró.
— ¿Dónde estamos?— En Hanyang.
— ¿Hanyang? ¿Cuándo…? ¿Dónde están los otros? ¿Qué pasó con ellos? ¿Y Go? ¿Y Kang? ¿Cuánto ha pasado?
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Ficção HistóricaHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...