El resultado de ese roce nervioso, dudoso, ansioso, había sido la preparación de sus fibras para recibir dolor, pero cuando este no llegó, se quedó en un adormecimiento corporal momentáneo. Después la necesidad de sentirlo cerca. Una extraña nube de pasión los envolvió cuando el agarre se suavizó en su muñeca y se aferró un poco más a su nuca tras haber superado, el moreno, el primer shock.
Explorando el interior de aquella cavidad, era un recorrido largo y estrecho, húmedo, cálido. Sus respiraciones ásperas les llevaban a ignorar cualquier otro sonido alrededor. Los dedos se aferraban suavemente a la tela sobre la piel de la muñeca, espalda y los cabellos desordenados del otro. Era delicioso y saciante. Sin embargo, y como debe suceder en muchas ocasiones, la magia se cortó en un instante que no fue completamente claro para ninguno.
El castaño había gemido suavemente contra los labios, firmemente presionados, del más alto. Sólo entonces se perdió la congelación del tiempo y la realidad les volcó un balde de agua fría para refrescar sus sentidos.
Se miraron sin decir nada, pero lo podían ver: sus mentes eran un caos, como si hubiesen estado inundadas de una blanca, fría y espesa niebla que les impedía percibir cualquier cosa que no fuese la humedad en sus labios y, de pronto, esta se hubiese disipado.
Frente a cada uno sólo se hallaban, anonadados, los ojos del otro buscando, gritando cualquier cosa pretendiendo no causar más inquietud. Cualquier palabra se atoró en sus gargantas, completamente incapaces de salir. En silencio. Inhalando y exhalando el aliento ardiente del otro, no sólo no podían hablar, sino que sus cuerpos se habían quedado rígidos y ni siquiera podían desviar sus pupilas. Sus rostros, y hasta el cuello y las orejas, enrojecieron.
Yul se levantó primero casi de un salto. Miró al castaño hacia abajo. Él se había levantado sobre los brazos y también lo miraba.
— Eso es todo.
Y se marchó sin mirar atrás.
Pareció que hubiera corrido, pues antes de que Jeong procesara por completo los infinitos significados de esas palabras, ya había perdido de vista la figura del más alto.
El eco que se produjo luego de quedar en completa soledad pertenecía al viento, que sacudía y regaba hojas de los arces alrededor. Los árboles no hablaban, tampoco podía asegurar que vieran, pero, para Jeong, eran los únicos testigos de aquello y se sentía tan diminuto, tan frágil e indefenso a sus críticas que no eran más que los susurros de su propia mente.
Se levantó y acomodó por completo su ropa. Sacudió la tierra. Sacudió sus zapatos golpeando las puntas contra el suelo. Se peinó el cabello hacia atrás y miró en la dirección donde se hallaba la aldea.
Su corazón se aceleró desenfrenado al tiempo que un cosquilleo le corrió por los labios. Los tocó con las yemas de sus dedos. El arrepentimiento comenzó a aparecer haciendo temblar sus manos y sus pupilas.
Sin intención de encontrarse con el moreno, comenzó a caminar hacia cualquier dirección menos a la aldea.
En pleno verano, los árboles eran frondosos y las tardes se sentían frescas a pesar de que el cielo estuviera despejado, aunque se sentía mucha más humedad al mediodía por la misma razón.
El paso de los años había ayudado a todos a acostumbrarse. El claro y la barrera de arces les ayudaban en mucho, pero más lo hacían los tradicionales postres, introducidos desde el norte de la península en pequeñas regiones comerciantes con el gigante Qing y extendido gracias a sus ancestros más recientes. Los niños corrían y saltaban gustosos cuando escuchaban las pequeñas campanas metálicas que indicaban que la preparación, elaborada en cazos de metal y por largas horas, estaba lista. Bingsu. La forma más tradicional de este, y la más común en la aldea, constaba de hielo granizado en un tazón hondo de arroz, coronado con pasta de arroz mezclada con algunas bayas que cosechaban ellos mismos. De ser posible, lo acompañaban con frutos secos. Si la temporada era mejor y las cosechas buenas, habría jugos de frutas en lugar de pasta, o trozos de algunas otras mezcladas entre el hielo.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...