LII

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— Buenas noches, Han kyul. ¿Recibiste mi mensaje?

— Hw-Hwan...

Él sonrió de lado antes de soltar una carcajada elegante y malévola.

— Mírate, hyung. ¿Qué eres aún ahora? ¿Es esa la portentosa imagen de un emperador?

El menor aún llevaba puesta su capa, debajo de esta se asomaban primero sus vendajes y después, poco a poco, la fina tela de sus ropas imperiales bien conservadas. Al quitarse la capucha su cabello, sin una sola cana, estaba recogido en un moño alto, como debía hacerlo un hombre casado, sobresalía orgullosa su corona dorada y la mitad visible de su rostro era prácticamente perfecta. Ni una arruga. Piel pálida y tersa como la porcelana. Sus pestañas negras, abundantes y largas, brillantes. Su pequeña nariz sin un sólo rasguño. El único defecto, que le agregaba épica presencia, era la leve cicatriz que se arrastraba hacia su párpado.

Se descubrió la boca, como había planeado sólo hacerlo en privado con sus hermanos.

— Ahora, mírame bien, Han kyul. Contempla el resultado de tu osadía. Mira lo que has provocado. ¿Me veo igual al monstruo que te atormenta o aún peor?

La mirada del mayor estaba clavada en esas zonas aún rosadas, en las cicatrices alrededor de sus labios, su barbilla y aquella que subía hacia su ojo. Tembló. Reunió toda la fuerza mental y física que pudo en sus piernas para intentar moverse y salir corriendo. Gran error.

— Lección de supervivencia número uno: nunca le des la espalda a un depredador que te ha visto. —Sonrió. Sí. Se estaba divirtiendo.

Persiguió a su hermano como una sombra y blandió un objeto. No fue como las otras veces. Pudo haberlo matado de inmediato, pero ni siquiera se preocupó en desenvainar la hoja. Usó una gruesa, pesada y resistente vara de metal para propiciar un golpe brutal. Han kyul gritó tan dolorosamente que su voz resonó en cada muro. Su rodilla derecha se convirtió en un bulto deforme saliendo de su pierna, apenas anudado al muslo con nervios y piel heridos por sus huesos rotos. Incluso el más ligero estremecimiento hacía que el dolor se intensificara.

Miró hacia arriba, de nuevo a su hermano. Esos ojos. El sentimiento en ellos no había cambiado: odio. Odio con una chispa de diversión.

— Bestia. —Pronunció despacio, temblando sobre sus palmas y al borde del llanto.
— ¿Tan salvaje eres que serías capaz de matar a tus hermanos?

— ¿Hermanos? —Sonrió. — ¿Ahora me lo reclamas? Tú y yo dejamos de ser hermanos en el momento en que decidiste traicionarme.

De una patada le hizo estrellar la cabeza en el suelo. Su nariz estaba rota y la mitad de sus labios, golpeados con el talón de su bota, se habían hinchado de inmediato y ya sangraban también.

— Cuando muera. Cuando mis huesos se vuelvan cenizas y no quede de mí más que el recuerdo de una oscuridad escondiendo sangre, cuando cada ser "humano" se retuerza y ruegue de rodillas no encontrarse en mi camino, quizá, tome en cuenta estas palabras que dices. Salvaje. Bestia. —Repitió. — Sí lo soy. Así que, continúa. ¿Qué palabras nuevas hay en tu glosario para dirigirme?

Han kyul comenzó a arrastrarse sobre sus palmas y una rodilla, sudando por el dolor de su atrofiada pierna a punto de desprenderse.

— Que glorioso día. —Suspiró con tono relajado mientras, paso a paso, sus suelas resonaban sobre el mármol.
— Querías verme humillado, arrodillado ante ti pidiendo piedad, decidiste ignorar todo lo que sabías que soy capaz de hacer. —Contuvo su risa. —Disfruto mucho de ver a mis presas llenas de angustia, intentando huir cuando ya es inútil.

Han kyul le lanzó cualquier cosa que tuvo cerca, pero Hwan se cubrió con un brazo.

Saltó. Blandió la espada y desprendió la pierna del emperador desde el punto fraccionado.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora