XXVII

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La música del carnaval recibió al desfile de tropas en cuanto cruzó a la primera ciudad ocupada por los surcoreanos.

— ¡Abran paso a los héroes de la nación!

Presentaba uno de los guardias guiando por el sendero preparado. Los soldados, montados o marchando, recibieron alabanzas y elogios, aplausos de todos cuantos estuvieran a los lados de las calles.

Música y danzas celebraron incluso después de perderlos de vista tras las puertas del palacio.

Una larga escalera, sobre la cual esperaba el emperador, sus esposas y los nobles, era el final de su recorrido.

Desmontaron todos y avanzaron hasta estar ante el soberano.

— Saludo a su majestad, el emperador. Diez mil vidas en paz.

— Saludo al padre real. Diez mil vidas en paz. —Pronunciaron inclinándose ante él.

Young Hwa se  levantó de su trono buscando con la mirada. Se había desgastado los últimos cuatro años en desvelos incesantes. Agobiado por la preocupación, había sido el más dichoso cuando el mensajero llevó la noticia de la rendición del ejército de Qing y el retorno de los príncipes.

Observó a sus dos hijos. La sonrisa se había borrado de su rostro.

— ¿Dónde está su hermano menor?

Han kyul lo miró de reojo y bajó la cabeza un poco más.

— Que la benevolencia de su majestad alcance la paz para otorgarnos la redención. No hemos podido hacer nada. —Reveló de su espalda una espada que Young Hwa no tardaría en reconocer.

— No. —Exhaló apenas su hijo mayor la elevó a su vista.
— No es cierto.




















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— ¡Padre! —Seis niños corrieron fuera de la casa de adobe y techo de tejas. Después dos mujeres, una de ellas con una niña de cinco años de su mano.

— ¡Padre, has vuelto!

— La gracia del cielo es grande. La abuela ha estado tan angustiada.

— Déjame ayudar con tus cargas, padre.

— Bienvenido a casa, esposo. —Saludaron las señoras haciendo una venia.

La última en salir de esa casa fue una anciana. Su cabello encanecido por la edad y el desgaste de la incertidumbre la hacían lucir un poco demacrada, mas su mirada se iluminó cuando vio a los dos hombres con sus esposas e hijos.

— Hyun Sik, Seung Ju. —Los dos miraron y saludaron haciendo una venia. Habrían juntado puño y palma para mostrar más respeto, pero sus heridas en espalda y brazos les impedían moverse completamente.

— Madre. Estamos aquí.

— He estado orando por ustedes. Pasen primero y descansen. Deben estar hambrientos.

Luego de largos años de sanguinaria contienda, luego de tener que enviar a los hombres de la nación a luchar, finalmente volvían a casa. Finalmente habían abandonado las fronteras cubiertas de sangre. Finalmente habían vuelto junto a sus familias y podían sentir la calidez de un ambiente ameno. Habían soñado con eso cada noche, al igual que muchos de sus compatriotas que no habían pasado de ser simples plebeyos antes de tener que servir a la nación.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora