El castigo por mentir al emperador era la muerte. Todos lo sabían. Por ello sabían que no tenían mucho tiempo si querían salvar al primogénito del príncipe Hwan.
Los aldeanos habían prometido recuperarlo. Vivo o muerto. Y durante cinco días se habían preparado para ello.
Tras la dura batalla que culminó en su dominio total sobre la ciudad de Hanyang, imaginaban que sería difícil también cruzar hasta Yangdong, mas nadie había sugerido desistir. Incluso Jeong, con un pie vendado y sentado o transportado por algún compañero, no dejaba de trazar distintas rutas para rodear el palacio en aquella ciudad, destrozarla por completo si hacía falta con tal de recuperar al moreno.
Llegado el sexto día, y estando todos listos para partir montaron, cincuenta jinetes, cincuenta caballos. Llevaban también dos carretas cargadas con armas grandes. En sus brazos, cinturas y pantorrillas yacían firmemente atadas todo tipo de cuchillas envenenadas. Colocaron, junto a la silla en el lomo de los caballos, una bolsa de cuero con un centenar de flechas y se colgaron sus arcos cruzados sobre el pecho.
Jeong montó con ayuda de un par, encapuchado para enfrentar las tormentas del camino, y por primera vez para liderar al grupo. No pudo evitar recordar a su tío, a Yul, a Ari cabalgando con sus equipos.
— ¿En qué piensas, Jeong? —Le llamó Dong Yae a su lado.
— En lo agradecido que estoy. —Captó la atención de cuantos lo escucharon a su alrededor. Miró al cielo con una nueva ilusión.
— Después de la muerte de tío Seung Ju, pensé que esto era una locura. Y lo es. Es cierto. Es una completa locura y nada nos asegura que vaya a salir bien, o que lo vayamos a lograr, pero... aún así decidieron ayudarme. Por eso les estoy muy agradecido. Quiero memorizar todos sus rostros ahora, y sentarnos juntos a brindar y beber en este mundo o en el otro, cuando hayamos encontrado nuestra vida deseada. Nuestra paz. Cuando miremos a nuestra gente y sepamos que tendrán años de paz y buena vida. —Bajó la cara con una sonrisa melancólica.
— Todos juntos en un hogar. Como una familia.Conmovidos, los oyentes sonrieron. Algunos se acercaron y le tocaron los hombros o la espalda.
— Así será, Jeong. Empezamos esto juntos. Lo terminaremos juntos por el bien de nuestra gente, nuestras familias. Nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, van a prevalecer por mucho tiempo, con la cabeza en alto y sabiendo de dónde vienen y teniendo anhelos que siempre apunten al cielo o más alto.
— Jeong —Le llamó Ari con su hijo en sus brazos, por primera vez desde que lo dio a luz—, somos uno. Ahora y en la eternidad. Vivo uno, viviremos todos. No te aflijas. Honraremos a tío Seung Ju y a todos los nuestros cuando vuelvan, porque lo harán. Uno es suficiente. —El castaño asintió.
— Cuida a todos, Ari. Si no vuelvo, toma la responsabilidad de protegerlos. —Ella tragó en seco y asintió.
— Pero, por favor, hagan todo lo posible por volver todos. —Se alejó del caballo soltando la mano de su hermano y lo vio avanzar primero. Después a los otros cuarenta y nueve.
Ella había llegado hacia menos de tres días. En su camino había encontrado los destrozos causados en aldeas y villas para ir a su rescate y agradeció al cielo por no haberlos dejado llegar, pues se habrían encontrado con la noticia de que ella ya había escapado, con el cuerpo inmovilizado de su marido sobre el caballo que tomó. Pero no había encontrado, ella, nada realmente consolador además de los rostros conocidos y anhelados por poco más de un año.
Su tío estaba muerto.
Su hermano secuestrado.
Su aldea en la montaña destruida.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...