CXXXVIII

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Fue casi impresionante la paz que propició un simple abrazo cuando dejó de resistirse. Tras años de reniegos y sufrimiento, de haber llorado y pretendido una vez tras otra entender todo, un pequeño brote de felicidad suavizó su corazón. Encogió ese vació en su interior. Dispersó los fantasmas de rostros maliciosos que se le había aferrado en medio de un dolor que nunca pudo enfrentar y terminó conservando por necesidad, creyendo que con eso podría sentirse protegida. Convencida de que ese "lo que fuera", la cuidaría como su madre... o como lo que podía recordar de ella, pero que había terminado echando raíces profundas que la cegaron ante cualquier cosa que no fuese el rechazo y maltrato de todos... y él las arrancó.

¿Pasó una hora? ¿Más? ¿Menos? Como fuera, no cambiaría su sentir. Cualquier otra cosa, ya no existía. Sólo esas manos de dedos largos y firmes, tan cálidas y gentiles que le pasaban un pañuelo por la cara y la sostenían contra ese pecho que recién conocía. Fuerte. Sólido. Cálido.

— Tu respiración se ha tranquilizado. —Habló bajito cercano al oído de ella.
— ¿Lo has soltado todo?

La respuesta fue el movimiento en que ella se separó limpiando sus mejillas y apretando su nariz con dos dedos envueltos en su propia manga para limpiarla superficialmente. Se encogió en sí misma, de nuevo, contra el frío muro.

— Supongo que eso es que quieres estar sola. —Continuó gentil. Cerró su puño envolviendo el paño y se puso de pie. — Te deja...

— ¿Puedo ser sincera con usted? —Lo miró casi suplicante. Namoo pareció pensarlo. Luego se volvió a sentar accediendo a escucharla.
— He estado fingiendo que lo odio. —Confesó un poco avergonzada mirando sus manos. — Que no me gusta cómo me trata. He sido grosera por elección propia. Tenía usted razón. Yo misma escogí ser así porque... quería creer que era usted quien fingía, aun sabiendo que era yo. Fingí que no me interesaba ni me conmovía todo lo que hacía. Que no estaría bien aquí y jamás sería feliz. —Volvió a mirarlo esperando que viera en sus pupilas, además de su torpeza, su sinceridad: — Ya no quiero hacerlo. Quiero —Continuó ante el silencio con el que él volvió sus ojos al cielo— ser sincera y agradecida con usted, y con todos los que me han dado oportunidad tras oportunidad. —De nuevo él permaneció en silencio. Un poco avergonzada, ella continuó:
— Lo siento si lo disgusté con mis palabras. Quise decírselo. Creí que usted, más que nadie, se merecía escucharlo porque... en todo el día no he podido dejar de pensar. Mi cabeza se llena de preguntas y mi corazón se aprieta a cada segundo reprochando que he hecho algo realmente horrible, y no puede soportarlo. Cuando los vi a todos haciendo todas esas cosas, tan felices y gustosos de ir allá, dejando tantas cosas a todos esos altares con una familiaridad llena de amor... me sentí sola. —Se abrazó como una niña abandonada.
— Me he sentido tan sola desde hace mucho tiempo. No tengo a nadie con quien charlar. —Lo miró. Él también la miraba entonces. — Me di cuenta de que... estoy así porque yo misma lo he escogido. Usted ha estado aquí todo este tiempo. Soy yo quien lo ha repelido. Aun así... está aquí ahora. —Sonrió. — Gracias. Por quedarse aquí... al menos para escucharme. —Sus manos temblaron, su labio inferior también. Se limpió los nuevos brotes húmedos de los ojos.
— Ah... —Resopló bajando la cabeza—. Lo lamento. Creo que me volví sentimental por todo lo que pasó desde el camino a ese santuario hasta el regreso aquí. —Se le cristalizaron y enrojecieron los ojos. — La verdad es que... cuando mi madre murió... a nadie pareció afectarle. Quemaron su cuerpo y la metieron en una urna en un hueco de los mausoleos que adquirió la casa kisaeng donde vivíamos. Ese día muchos en la casa se lamentaban por muchas pérdidas, por sus propias lesiones. Dejaron condolencias a la administradora, aunque ella sólo me dijo que todo iría bien y no me echaría. De alguna manera me aseguró que tendría un lugar por el resto de mi vida donde ganarme al menos un plato de arroz si hacía bien las cosas y la obedecía. Era una mujer de carácter, así que me asustaba pensar en lo que pasaría si no lo hacía y preferí conformarme y poner buena cara estando hecha pedazos por dentro. —Pausó. Después lamentó: — No me he acercado a ese lugar desde que pusieron a mi mamá allí. Creo que nadie lo ha hecho. Supongo que se ve triste. Abandonado. Sucio. Quizá hasta le crecieron hierbas y ramas. No habría perfume, ni flores, ni siquiera debe haber rastros de velas o incienso. Quién sabe si, incluso, siga allí.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora