LXIII

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Hwan despertó aquella fría mañana sintiendo los párpados pesados como dos bloques de oro puro. Le dolía la cabeza. Le quemaba el aire desde los orificios nasales hasta la garganta y más allá. Sentía su boca como si fuera polvo, seca y desmoronándose. Quiso tragar y sintió un bloqueo por el ardor y la sangre.

Estaba recostado en un humilde yo aún en la casa de su tío. No había ni un ruido cerca, pero la luz del día a través del papel le declaró una guerra con el tiempo. ¿Cuántos días más habían pasado?

Parpadeando suavemente, casi tan desorientado como adolorido, se levantó despacio mientras fuertes mareos le invadían la cabeza y nublaban su vista. Se balanceó hacia un lado; aunque lo intento, su brazo no pudo sostenerlo y cayó de costado en el duro suelo. Se sintió como si hubieran golpeado su cabeza con un gran mazo de metal. Intentó decir algo, pero de su garganta seca sólo salió un sonido rasposo e inentendible. Continuó parpadeando para dispersar la nube que distorsionaba todo ante sus ojos. A su cabeza llegaban imágenes discontinuas de sus últimos recuerdos. El bosque. La cabaña. Su tío. Un potente zumbido en su cabeza. El sabor de la sangre. Luego no pudo respirar y todo se volvió oscuro. Se llenó de pánico. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaban sus hijos? ¿Había muerto? ¿Sólo así, sin poder siquiera despedirse?

Oyó pisadas. Después una risa muy ligera. Era la voz de su hija y parecía feliz. Las puertas se deslizaron cegándolo con la opaca luz blanca, así que no pudo ver a la niña mirándolo sorprendida, para después volver corriendo sobre sus pasos y gritando:

— ¡Papá despertó!

La vista de Hwan tardó un poco en acostumbrarse a la luz, aunque no se volvió clara. Para entonces, una nueva silueta se colocó en el marco de las puertas. Era alta y más gruesa. Era su tío.

— ¿Cómo te sientes, príncipe? —Le habló y su voz sonó preocupada, pero tan profunda y lejana como si le hablara desde un metro de distancia. Lo sintió sujetarlo por los hombros y levantarlo. Debía haber perdido bastante peso, se sentía como su fuera papel, o quizá sólo era la debilidad en su cuerpo.
— Tienes fiebre. Quizás aún es demasiado frío para tu condición.

Hwan intentó articular palabra, pero de nuevo fue en vano. Ese sonido fue lo único que se escapó.

— ¿Papá?

— Señor Jo, ¿por qué papá hace ese sonido?

— Debe estar sediento. ¿Puedes traer un poco del té que dejamos hirviendo, Jeong?

— Sí, señor Jo.

Nunca antes se había llegado a sentir tan débil. El líquido pasó por las paredes de su garganta como si fuera alcohol en una herida. Ese era la única sensación entre su conciencia y la posibilidad de volver a hablar.

— El invierno apenas se está acomodando entre nosotros. Aquí, en la montaña, es un poco más difícil que en la ciudad —Explicó Seung Ju dando el té en pequeños sorbitos a su sobrino—, pero tengo suficiente leña y los niños me ayudaron a traer algo más. Además, ya sacamos mucha agua del pozo y la reservaremos para los alimentos. Si hace falta, les enseñaré a picar hielo en el río, también hay más pollos en lo corrales y los que he tenido hasta ahora han sobrevivido al frío estos años, así que no nos hará falta nada.

— Tío... —Articuló descubriendo que su voz no sonaba como siempre. Era más profunda, llena de gruñidos, como si intentase hablar un animal entre rugidos.

— Dormiste por dos días enteros. Tu voz se repondrá después de que bebas un poco de medicina y agua tibia. Sólo es porque tienes la garganta fría. No te asustes.

Hwan no lo estaba, y no daba indicios de ello. Aquel consuelo iba dirigido hacia los niños que los miraban preocupados.

— Quédense con su padre, niños. —Se puso de pie nuevamente. — Iré a preparar la medicina ahora y verán que su voz volverá.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora