Su cabeza daba constantes vueltas en la imagen de su hermano, observándolo desde lo alto de la muralla hasta que cayó al agua y se hundió. Su cuerpo estaba cansado, dolía como en infierno, y la corriente era demasiado fuerte como para nadar contra ella, o siquiera a la orilla.
¿Soñaba aún? Quizás era la fiebre. Sentía su cuerpo ardiendo por dentro y helándose por fuera.
¿Había pasado un día? ¿Dos o más? ¿Cuál era la diferencia? La gente iba y venía sin reparar en nada más que su propio camino. ¿Quién los culparía? La miseria los asolaba. Esa sería la excusa perfecta. ¿O no?
«Ellos no tienen la culpa»
Se arrancaría la lengua con los dientes si se atreviera a repetir esas palabras. Justificó a los bandidos por sus desdichados caminos, pero... entonces ¿qué justificación encontraría para la traición? Su mente reprodujo una y otra vez aquellas palabras que había escuchado de niño de las concubinas y el último día en su hogar, provenidas de su maestro más confiable y de su hermano.
“Es más fácil culparme. Es así de sencillo decir que el monstruo vive en mí. Que me ha poseído. Es más fácil decir que soy inconsciente; que soy un demonio despiadado, que aceptar que sólo he podido sobrevivir a ellos así. Pues bien, si quieren verme como un monstruo, voy a ser el de su peor pesadilla. El dolor no es nuevo. La pérdida tampoco, ni la tristeza, ni la furia, ni la sensación de hundirme en la miseria o la tortura que deba afrontar para vivir. Sobreviviré. Me tendrán que ver a la cara una vez más. ¡Van a arrodillarse pidiendo perdón, sólo para darme el gusto de arrancar cada esperanza de sus flácidos e inútiles cuerpos!"
La sensación de volver a ahogarse en el río finalmente lo sacó de esa bruma.
Sintió su piel erizarse. Abrió los ojos percibiendo de nuevo figuras que se movían sin forma en toda la habitación durante varios segundos. Había alguien caminando, golpeteando los talones contra la madera del suelo al otro lado de la habitación. Su estómago enviaba calambres cada cinco segundos y su cuerpo dolía demasiado. Casi tanto como aquel día en que abrió los ojos por primera vez.
Cuando su vista se calibró notó que nada se movía. Sólo eran los leños del techo y los muros deformes que se tambaleaban ante la inestabilidad de su cabeza.
— "Hace calor." —Volvió la mirada a un lado encontrándose con esa puerta abierta por completo. Podía ver el campo sin sembrar y el olor de la tierra húmeda era más penetrante. Los colores del cielo delataban el crepúsculo, ¿o era la aurora del alba? Algún rayo del sol entraba por la puerta y se recostaba cálidamente sobre sus piernas insensibles en ese momento. Los colores eran confusos para una mente que sólo pensaba en comer y beber algo.
Hizo un esfuerzo por sentarse sintiendo que el estómago se le contraía con los intestinos enredados. Gruñó soportándolo y se cubrió los ojos con una mano, apartando al mismo tiempo sus mechones oscuros. Observó a su lado una canasta de bambú, de esta emanaba un aroma medio dulce, como el olor de las ciruelas maduras.
— Oh, señoría, ya despertó. —Escuchó desde la puerta que daba al campo.
— Creí que dormiría hasta tarde. Apenas está amaneciendo. —Era ella. Llevaba, contra su estómago, un balde con agua, el cual dejó junto a la entrada antes de acercarse a él.— ¿Acaso no le teme a nada? —Le sonrió leve.
— ¿Por qué lo dice, su señoría?
— Por lo que me ha dicho, atiende soldados, plebeyos y bandidos por igual, permite que desconocidos se queden en su casa y sale hasta el arroyo en plena oscuridad, como si no la hubiesen lastimado hace poco. —Ella también sonrió, más apenada que divertida.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...