CXXXIX

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¿Qué sería más extraordinario que un día lleno de tranquilidad?

Quizá la primera experiencia de esto siendo consciente y memorable.

El amo y la esclava habían servido la comida en los amplios comedores de la mansión recibiendo la participación de muchos más para ordenar los platos en los lugares.

— ¡Todos! ¡Ha sido una buena temporada de brotes y crianza del ganado! ¡No necesitan contenerse! ¡Coman todo lo que deseen!

Había dicho Namoo de pie ante su asiento a la cabeza de los comedores. Recibió vítores en respuesta mientras soldados y esclavos se escurrían entre las mesas hasta alcanzar un asiento. Sorbieron, mordisquearon y bebieron. Pidieron una nueva ronda tras otra. El ambiente se había vuelto bullicioso y amigable, tal como el primer día en que estuvo allí, pero esta vez se unió de a poco al hilo de la conversación que le ofrecían sus compañeros. Estuvo incómoda, claro, no era un cambio milagroso de un par de horas, sin embargo, esta vez, se debió a su nerviosismo, como en el primer día de escuela, y no al rechazo.

La comida supo a calidez y cariño.

Más tarde, Namoo había preparado, por él mismo, para sorpresa de la chica que esperaba a su espalda, un corcel con una calesa individual para tirar.

No le fue fácil decidir qué le sorprendía más: que el magistrado superior, amo y señor de toda la mansión filarca, hubiera entrado a los potreros con botas altas y salido con un caballo al que preparó con agilidad, o que la hubiera montado a ella en la calesa diciendo que tardarían demasiado en ir y volver si lo hacían caminando. Aunque al final seleccionó la primera como ganadora, no restó su sorpresa de la otra. El amo y señor conducía una calesa en la que ella sólo estaba sentada con un morralito rosado y un abanico (que era de él) en las piernas.

— ¿No debería ser usted quien estuviera aquí sentado, mi señor?

— ¿Y dejarte guiar al corcel? No. Si creyera que sabes montar, te habría dado un caballo.

— ¿Eh?

— Y si insinúas que alguien más debió dirigir la calesa: todos están ocupados. No sería amable interrumpir sus quehaceres para este viaje. No volveremos antes del banquete nocturno.

— ¿Ah, no?

— No.

Detuvo la calesa con ese clásico sonido: "ooh" para que el caballo parara. Desmontó y fue hacia la chica para bajarla también explicando:

— Caminaremos desde aquí. Llegaron muchos barcos. Si las calles están abarrotadas de visitantes, además de los habitantes, la calesa no avanzará bien y sólo nos retrasará.

La había tomado generosamente de la mano para que descendiera del escalón del vehículo, y luego se había girado para guiarla, dejando que su cabello largo y brillante se acomodara en su espalda. Entraron sigilosamente en lo que se podría describir como el centro de concentración de población de la costa. ¡Vaya si la mansión filarca estaba recluida! Allá no llegaba más que el sonido del viento y el mar. Parecería que el mundo de fuera era exactamente silencioso y casi inexistente, pero, todo lo contrario. Allí era ruidoso, brillante y lleno de gente. En el camino, la extensión de piedra y arena fue sustituida por callejuelas adoquinadas. Había carretas, sí, y tal como predijo Namoo, estaban estancadas avanzando muy despacio. Claro que tampoco eran las mismas carretas de transporte del puerto, que eran grandes y pesadas, suficiente para cargar hasta media tonelada, con cuatro ruedas metálicas y tiradas por media docena de caballos; sino "carruajes de marcha rápida", como habían llamado en Hwang al nuevo modelo de transporte: una carreta recubierta con techo de madera que cubriría hasta a el chofer y que tenía dos grandes ruedas a los lados facilitando el movimiento al ser tirada por un sólo caballo. Había escuchado de sus compatriotas rumores de que los vestigios de la capital fueron horribles; apenas bultos enormes y feos de lo que antes se alzó con alguna forma. Decían que sólo lo más viejos recordarían su caída entre el fuego y la sangre y aseguraban, lo más jóvenes, de la miseria que asolaría a cualquiera que hubiera dentro de esos muros. Ladrones, prostitutas en la calle a pleno día, adultos cojos y deformados por la necesidad, niños moribundos rogando un trozo de comida... Argumentos monstruosos del vandalismo que requeriría toda la fuerza del ejército imperial para someterlo... Otro error. El calor restante del verano, el sutil viento que traía al otoño, el cielo a medio invadir por nubes blancas y su color azul hacían que el escenario fuese aún más dulce. Dulce. Dulce y dulce. Como el bocadillo que Namoo compró para ella en una mesita de madera, atendido por una mujer de brillante sonrisa y canoso cabello. Era pan. Un simple pan redondo y suave, relleno de algo que era dulce y suave. Delicioso y agradable, como se sintió degustar aquel bollo hasta chuparse los dedos cuidando no desperdiciar ni un poco de la jalea. A los lados de la larga calle, sonaban voces de la gente que iban y venían riendo, hablando en tantas lenguas que ella en su vida había escuchado llenando de lado a lado. Miraban a todos lados tan maravillados como ella misma; unos acompañados de personas de Hwang, otros descubriendo caminos al asomarse, medio perdidos, entre las esquinas. Como las corrientes oceánicas que admiraba desde los parapetos. Una ola...

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora