XXXVIII

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El sonido de los gritos se perdía a medida que Hwan se alejaba por esos pasadizos subterráneos. Resguardos estrechos, con olor a tierra húmeda, oscuros y largos que se habían construido al mismo tiempo que los palacios, para ser escapes. Esos mismos que sólo habrían conocido las emperatrices Soo Yeon y su sucesora, Jin Kyong, antes que él.

Aseguró, con una mirada, los alrededores cuando llegó a la compuerta opuesta.

— "El palacio Bonbu. —Se decía. — El último lugar que vio mi padre en su lecho de muerte."

Una oleada de frío lo atacó en cuanto asomó la mitad de su cuerpo. Comenzó a temblar casi sin control, apenas sosteniéndose contra los muros. Su cabeza comenzaba a dar vueltas y su estómago estaba gruñendo fuerte por el aroma de la comida caliente proviniendo de algún lugar.

— "No debo seguir perdiendo tiempo, pero no tengo suficiente fuerza ya. La he agotado en mi escape."

Escuchó a lo lejos los ruidos mientras los guardias se dirigían al atrio exterior. Todos correrían para tratar de encontrarlo alrededor del emperador, en la plaza o quizás en el jardín imperial. Pudo imaginarlos corriendo desesperados, buscando por cualquier parte excepto en los palacios. Por supuesto, no sería evidente que había llegado hasta allí.

Abrió los ojos. Todo daba vueltas, aunque lucía más estable.

Avanzó ligeramente encorvado, apoyando una mano contra los muros y llevando la otra cerrada en la guarda de su espada, abrazando suavemente su estómago.

No tardó mucho en encontrarse con el salón del té. En la mesa había bocadillos dulces, de esos que la cocina imperial solía enviarle cuando era niño y que había dejado de probar cuando murió su madre, y té caliente, que no dudó en comer y beber rápidamente. Estaba hambriento. Muy hambriento y sofocado por todo lo que había soportado. Se metió varias galletas a la boca y después un par de bolitas de masa dulce. Las lágrimas se escaparon de sus ojos. Su abuela le había dicho que era de mal augurio llorar cuando se come, pero no podía evitarlo. La ansiedad, la ira y los recuerdos se aglomeraban evocando un nudo en su garganta que le impediría hablar.

Los pasillos seguían relucientes, como si nunca se hubiera ido. Las puertas de la entrada resaltaban en colores rojos, sus bisagras doradas. Los rincones le gritaban «¿creíste que nos desgastaríamos por tu ausencia?»

— "Supongo que nada cambiará hasta que se desplomen las paredes y los tejados. " —Se metió algunos dulces más en la boca y se limpió la cara.
— "Este siniestro salón, que antes me pareció cálido mientras jugaba alrededor de mi padre, con mi madre a su lado bordando mis ropas… no es más que un hueco vacío de sentimientos. Todo lo que pasé aquí, sólo vive en mi memoria. He sido el mejor hijo de mi padre, y por ello debo honrar su recuerdo, vengar sus lamentos y sufrimientos. Continuaré hasta reducir todo a cenizas."

Cuando su estómago estuvo satisfecho, guardó en una pequeña bolsa varios dulces más, la ató a su cinturón y comenzó a recorrer los pasillos buscando en cada habitación.

« Te veré cuando vuelvas, hijo. Hasta entonces, guardaré esto por ti. »

Recordaba a su padre diciendo esas palabras mientras le palmeaba un hombro. Después le había dado un beso en la frente. El último de su vida. Sólo lo había hecho tres o cuatro veces desde que tuvo uso de razón, pero significaba algo especialmente profundo para ambos. El sello de una promesa que ya sólo se cumpliría en el otro mundo.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora