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Yul, con la espalda contra el muro, se golpeó la frente con la palma de la mano.

— "¿En qué demonios estaba pensando? ¡Ah! ¡Por supuesto! ¡No lo hacía!"

Se regañó. Lo había estado haciendo desde que despertó en aquella cueva, recostado sobre telas coloridas y ya desgastadas por el movimiento, abrazando el cuerpo medio desnudo de Jeong. Reprochó una y otra vez. Esa sería la primera vez en toda su vida en que hubiera perdido el control. Claro, eso sin contar el sinfín de ocasiones en qué había recurrido a sus manos para saciar aquel deseo lujurioso y prohibido.

Al volver a casa se había encontrado con los senderos de la aldea aún desierta. Supuso que todos se encontraban aún en el resguardo o en casa, calientes y bien abrigados del gélido viento que prevalecía.

Había llegado a acostar al castaño y, desde entonces, se había quedado allí. Sentado. Apartado del yo.

Miró con repugnancia sus manos, su ropa enlodada y pensó en las marcas rojizas que estaban en sus hombros, pecho y espalda. Se pasó una mano por el cabello aún sucio de tierra y sudor sintiéndose al borde de perder la cabeza. Ni a un metro de distancia, cubierto con las cálidas mantas de seda y un paño húmedo en la frente, tenía al chico con quién no había dejado de masturbarse de maneras impensables por horas durante la noche. Se le formó un nudo en la garganta que oprimía hasta su respiración. Volvió a golpearse la frente varias veces apretando a la vez sus mandíbulas. Se sentía horrorizado. ¿Cuánto había faltado para terminar de robar lo que quedaba de pudor en ese esbelto cuerpo? Deseaba poder culpar a uno, pero no podía. Había aprendido la lección a la mala y ahora no podría volver al lado seguro de la línea. Había perdido el control.

— ¡Maldición! —Gruñó bajo. Negó con las manos en la cabeza, asqueado de sí mismo. Asqueado porque sabía, muy para sus adentros, que lo había disfrutado como nada en su vida. Que no había sido suficiente. Que quería tomar su cuerpo y remover cada una de sus entrañas. Lo sabía. Lo sabía y se le revolvió el estómago por ello. Tragó el reflujo con esfuerzo. Volvió a negar mientras recordaba esa expresión extasiada, lagrimeando y gimiendo de placer ante la amarillenta luz.

Se puso de pie tan pronto como alguien que escapa y salió de la pieza.

Pensó en sambutirse en el río y dejar que el agua helada le despejara la cabeza, pero no se sintió tan desesperado como para dejarse llevar por esa idea. En cambio, se dio un baño caliente y cambió sus ropas por algo más cálido y cómodo para él. Luego llenó medio balde con agua tibia y volvió a la habitación del castaño, quien seguía recostado con los ojos cerrados.

— Así que no despertaste cuando te llamé en la cueva, ni mientras te llevaba en mi espalda, ni lo has hecho aquí ahora. Vaya casualidad. —Rió bajito comenzando a limpiar el rostro del mayor con un paño húmedo.
— No te preocupes. Duerme un poco más.

Ni media hora pasó antes de que escuchara pasos en el pórtico y varias voces que se despedían y acordaban reunirse "en cuanto Yul lo dijera". Salió por la puerta hacia el exterior encontrando a su hermana quitándose los zapatos.

— Ari. —Suspiró aliviado aproximándose a ella para abrazarla.

— Hola. —Se emocionó también, un poco sorprendida por la reacción del mayor.

— ¿Estás bien? ¿Les hicieron daño? Ari, estaba tan preocupado. Vi a los guardias al pie de la montaña ayer. ¿Qué fue lo que sucedió?

— Yul, tranquilo. Estamos todos bien. —Se separó primero y le sonrió.
— Los guardias se desplegaron durante el día. Ayer. Tuvimos que rodear un largo tramo, pero pudimos aprovechar la bruma que baja de la montaña para poder volver a subir... y que estaban todos dormidos. No parece que tengan mucho interés en vigilar la montaña. —Peinó la mitad inferior de los cabellos sueltos de su hermano. Desconcertada un poco de que aún estuviese despeinado, aunque la humedad delataba su reciente baño.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora