El príncipe había intentado dormir después de beber la medicina. Los espasmos en su cuerpo desaparecían, al igual que el dolor de su cabeza. Finalmente pudo relajar sus puños y su expresión. El sabor de la sangre de sus labios le inundaba la boca. Morderse hasta que el dolor se mitigara se había vuelto una costumbre.
¿Cuánto tiempo tendría que pasar para lograr algo así?
Abrió los ojos cuando escuchó un golpe sordo en alguna parte, mas no vio a nadie. Nada. Sólo oscuridad y el silencio de la noche. Ese profundo escenario donde parecían claros los gritos resentidos de fantasmas furiosos. Sintió su corazón acelerarse. Su expresión era calma, pero podía sentir el terror extenderse por cada fibra de su cuerpo. Le pareció que algo tiraría de los mechones de su cabello suelto, que reposaban a sus costados. Quizás algo le jalaría los pies y vería ese horrible rostro azulado sobre él. Podía sentir que sus manos empezaban a temblar.
— No. —Murmuró. — "Debo mantener el control. No dejes que vean tu miedo."
Sonidos extraños y algún grito claro, viniendo de alguna parte lo hicieron temblar aterrado sin lograr recuperarse tan pronto como quisiera. Cerró los ojos pretendiendo dormir cuando le pareció ver sombras sobre el papel de la puerta corrediza a su lado. Más ruidos. Risas macabras. Voces grotescas y rasposas. Golpes sordos, como el eco de una roca pesada al chocar contra el agua de un pozo muy profundo. Un relinchido...
— "¿Un caballo?" —Abrió los ojos de nuevo.
Un nuevo alarido los sobresaltó, eliminando cualquier rastro de su previa tregua entre el miedo y el dolor, aunque ayudó a devolverle la cordura. Miró a la puerta. Las sombras se habían disuelto. Los fantasmas se habían ido, pero los ruidos seguían...
— "¡Hay alguien afuera!"
De nuevo escuchó esa voz gritando.
No cabía duda. Era esa jovencita.
Su mente se volvió un ajetreo por completo intentando procesar las ideas que le cruzaban y las acciones que llevaría a cabo. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para levantarse sobre esas piernas magulladas y débiles. Temió enloquecer cuando rió ante el presentimiento de que sus tobillos se romperían. Los obligó a arrastrar sus cansados pies hasta la puerta y abrió sorprendiéndose a sí mismo por tal convicción y voluntad.
Al otro lado del pórtico no había nadie. Nada excepto la tierra erosionada. No había más ruidos, sólo el eco siniestro de risas roncas y uno que otro de algún balbuceo. Se tambaleó y cayó de cara sobre la tierra suelta. Sintió su ira acrecentarse. La impotencia de sentirse completamente inútil era lo que la avivaba. Entendió que nunca dejaría de dar más importancia a una joven dama que estuviera sufriendo. En partes, sabía que se debía al recuerdo de su madre muriendo en sus brazos sin poder hacer nada, y por otra parte sabía que se lo debía a esa chica. Si no fuera por ella, quizás estaría muerto hace mucho.
— "Levántate. Tienes que levantarte."
Geu Roo estaba mareada por las vueltas y los golpes. Su cuerpo estaba débil. Quería gritar con todas sus fuerzas y ser escuchada, pero estaba a punto de desmayarse. Lo siguiente que supo fue que cayó y hubo ruidos. Gritos y sonidos metálicos. Una voz. Abrió los ojos percibiendo imágenes borrosas que se volvieron precisas poco a poco. Las prendas de dormir, el cabello oscuro, largo, suelto y esa voz delataron a su paciente. Lo vio sacudir una espada una vez para limpiar los rastros de sangre y la sostuvo con el filo hacia abajo para después volverse hacia ella. Su ropa blanca casi se podía confundir con su piel pálida. Su cuerpo estaba empapado en sudor frío. Resultado de su esfuerzo, tal como la sangre que emanaba de la herida en su costado.
ESTÁS LEYENDO
Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historische RomaneHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...