XXVIII

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"La verdad os hará libres".

Pues bien, ¿por qué, entonces, la verdad es rechazada por todos? ¿Por qué la verdad trae problemas a aquellos que la portan con virtud y, en cambio, la mentira recompensa con grandes tributos? Si la verdad es tan trágica, si es tan terrible y dolorosa y nadie quiere escucharla para no sufrir, ¿no es rechazarla lo mismo que preferir seguir viviendo como esclavos?

El gran príncipe Han kyul había preferido, también, la mentira, sin saber que se encadenaba así, del cuello a los tobillos, a las manos de un demonio cruel que le arrancaría trozos del cuerpo con brutal fuerza, por el resto de sus días. Apenas volvieron al palacio, colmados de alabanzas por su triunfo, regocijados entre la calidez de su gente, recibidos como héroes, él anunció a su padre la tragedia de la muerte de su hermano menor en batalla. Había entregado la espada que Young Hwa había portado y obsequiado a su preciado hijo, y sus palabras terminaron por destrozar el corazón del emperador:

— Buscamos por días, pero fue todo lo que encontramos de él.

Y la ciudad entera se vistió de luto. El dolor de haber perdido a la mujer que amaba y, con el cabello aún bien teñido, vivir la muerte del único recuerdo de ella consiguió apagar poco a poco la vida de su majestad.

Un día, no despertó.

No hubo un heredero titulado, así que el mayor de los príncipes ascendió al trono.

Lleno de júbilo, se regocijó. La victoria, la corona, el oro, el imperio y la gloria eran suyos. La ambición de gobernar sobre todo lo que veía era sencillamente alcanzable después de haber tomado a la princesa Gyeong-hui como su esposa, mas su puño cerrado se ciñó sobre los pueblos que morían de hambre.

De las ciudades majestuosas, que hubieran podido relucir tras algo de atención, no quedaban más que ruinas dejadas por la guerra. Hambre y desolación azotaron a la península entera. El ganado moría por las enfermedades que provocaban la falta de cosechas y tierra apta para su crianza, el precio de, incluso, los productos más indispensables, se disparó hasta que se volvió imposible adquirir siquiera una ración o un trozo de pan. Campos y ciudades se abastecieron de nada más que guardias que sometían a cuántos lloraran y reprocharan pidiendo clemencia y atención del emperador. Y allí, dónde apenas sobrevivía la esperanza, se reunían unos cuantos. Día tras día oraban a cada deidad rogando que sus súplicas fueran escuchadas y pararan tan injusta e inmerecida penitencia.

Durante meses, la única respuesta que obtuvieron fue más violencia. Robos, desapariciones, masacres, extorsiones. Entre la desesperación, las familias comenzaron a abandonar a sus hijos y ancianos.

"Quizás alguien se apiadará de ellos y los salvará."

La población redujo considerablemente su cantidad y su esperanza de vida llegó a ser máxima de 30 años. Hombres y mujeres pagaron envueltos en sangre, mugre y harapos, con ojos suplicantes llenos de lágrimas, sin hogar, sin comida, gritando desde el otro lado de los muros resplandecientes en riquezas del palacio, mientras dentro, jueces, discípulos, nobles, funcionarios, esos y aquellos, bebían y celebraban en grande.

Para ellos, era la culminación de un ensueño utópico. Pero no pasaba de ser una mentira.



Un grupo de hombres barbudos, impregnados con el fuerte olor de licor y orines en sus ropas andrajosas se paseaban, como almas en pena, por las oscuras calles.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora