CXIII

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— ¿Dónde está!

El golpe le aterrizó directo sobre la ceja y nació, allí, una línea rojiza por la que se deslizó una gota de sangre hacia sus pestañas.

Días atrás habían recibido en la aldea de Hwang a un agitado y preocupado Ryeo Sun con la noticia del envenenamiento del que Ari fue víctima y, antes de partir junto con Seung Ju y seis aldeanos más rumbo a Yangdong para buscar a su hermana, Yul había hecho prometer a Jeong que la aldea quedaría vacía de gente esa misma noche.

Ryeo Sun les había dicho lo mismo que dijo al general Song el día en que, al volver a la mansión Yoon con las cartas de Hwang para su señora, la encontró abandonada en una de las piezas, enferma, más cerca del borde de la muerte de lo que estaban sus lágrimas por salir:

— Lord Yoon la ha envenenado creyendo en el rumor de que mi señora sostiene un amorío con lord Song.

Pero los "Hwang" entendieron que eso era mentira. Supieron que habían sido evidenciados y su hermana estaba en peligro.

El designio no fue llevar a los niños con el resto bajo la montaña, sino internarse en esta, esconderse en una cueva que todos conocían bien y mantenerse allí hasta que alguien les avisara que era seguro.

Quién sabe cuándo sería eso.

Jeong prometió que lo haría y, así fue. Esa misma noche la aldea se había quedado en completo silencio y, por los siguientes tres días no hubo señal de vida o movimiento en kilómetros, pero en ese punto también empezaba a bajar la temperatura y las tormentas de inicio de otoño llegaban con más ánimo del que ellos tenían para recibirlas. Habían salido con cargas de alimentos para unos cuantos días y comenzaban a acabarse. Cuando los niños se preocuparon por ello, Jeong los calmó diciendo que volvería a la aldea por más y, dejándolos con los pequeños mayores a cargo de mantenerlos escondidos y en silencio, salió.

Estaba amaneciendo. Él se había desplazado sigilosamente de vuelta a la aldea para buscar más comida y recoger agua mientras los niños aún dormían.

Cuando miró alrededor no todo era normal y no se trataba de la soledad en los senderos, ni la quietud de las casas o el pleno abandono de lo que hace menos de una semana estuvo lleno de risas y niños jugando. No. Había algo más. Algo con el viento que soplaba desde el sur que le hacía sentir perturbado, un poco en riesgo.

Avanzó intentando no prestar atención. Falló. Varias veces le pareció escuchar sonidos lejanos, algo parecido a trotes, ramas quebrándose, susurros, pero cuando se asomaba para comprobar se encontraba con la soledad.

Se dirigió de inmediato al granero y recogió un saco lleno con, al menos, cinco kilos de arroz, otro con trigo y uno más con castañas. Los subió a la carretilla en la que, en un día normal, los llevarían dentro y no fuera y comenzó a avanzar hacia el riachuelo.

Pensó en recoger agua suficiente y permanecer escondido el resto del día en lugar de hacer varios viajes, aunque eso significaba que tendría que ralentizar su paso para no derramar nada en el camino pedregoso.

Sintió un escalofrío, por primera vez en esos años, cuando se inclinó para llenar su balde y vio sus manos nublarse con la baja y casi invisible bruma del día.

El relinchido de unos caballos no fue más que el anuncio de la invasión.

Sus manos se detuvieron y al levantar la cabeza sus pupilas se cruzaron en un descubrimiento mortal.

Estaban cara a cara. Varias decenas de hombres, todos jóvenes, con el uniforme que él y Yul habían visto usar a los chicos de aquel instituto. Lo miraban con un fervor que vacilaba entre el pánico y el triunfo.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora