XCIV

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El gran contraste entre la oscuridad del bosque y la iluminación opaca fuera de este cegó al par de invitados en un instante volviendo las figuras al frente difusas por unos segundos. Quizá un minuto entero, pero aún pudieron escuchar a Sin hablando con los guardias que habían estado esperando allí todo ese tiempo y distinguieron sus miradas inspeccionándolos, aunque no les dieron gran importancia. Ya se lo esperaban.

— Perdone, lord de Hwang —Llamó uno de los guardias y el joven moreno lo miró—: el emperador ha ordenado la inspección de todo aquel que salga de esa montaña. Sólo cumplo mi deber.

— Hágalo entonces. —Repuso sin demora ni sorpresa.

— Gracias, señor. —Ladeó la cabeza mirando a sus compañeros y algunos se acercaron.
— ¿Bajarían de sus caballos, por favor?

— Claro. —Yul fue el primero.

Después los dos se hicieron a un lado y observaron al grupo abriendo las bolsas sin hallar, en efecto, más que objetos de oro y plata bien pulidos y artesanías de excelente calidad. Y algunas prendas que, evidentemente, necesitarían en su estadía.

Ese tiempo fue suficiente para que las retinas del par se acostumbraran a la luz y cuando continuaron su camino, de nuevo montados y despedidos de los guardias con veneraciones practicadas de toda la vida, pudieron seguir el camino con entera libertad.

Habían conseguido no sólo anular el viaje de Sin a los picos de la montaña, acercarse a él y entrar en su casa en un instante, sino disipar una parte de las sospechas de los guardias bajo la montaña y, al mismo tiempo, entrar en la ciudad con honores y admiración de la que pudieron percatarse apenas estuvieron allí.

La gente no pudo evitar mirarlos, un poco impresionados por los cargamentos que llevaban, más aún se quedaban mirando con asombro al joven que montaba aquel caballo negro, enorme y fuerte.

Llegaron incontables sonidos, imágenes y olores. Yul los conocía, pues había estado allí varias veces antes, pero Jeong miraba a todos lados curioso de conocer cada aspecto y rincón. Aun así, lo que más pudo notar fue la gran disparidad que generaba un desorden, bien disimulado, entre la nobleza y los plebeyos. Resaltaban y exaltaban sus críticas al comportamiento de la población algunos escritores que vendían sus poemas y cortas obras en los negocios móviles a los lados del camino, o bien, se exponían en pequeños mercados o en las plazas pinturas de distintas escenas creativas homenajeando a los palacios, mansiones y sus ocupantes.

— "Vaya ironía. Los plebeyos, que más pueden detestar esta separación de clases, tienen que ver esto todos los días, pretendiendo que están maravillados por algo tan trivial como un hombre con atuendos finos de seda." —Pensó al ver a un grupo de plebeyos observando, con una gran sonrisa en la cara, una pintura que ofrecía un hombre barbudo y un poco gordo.

Se distinguían en la gente, en sus prendas y modales los símbolos de importancia de sus posiciones. La guardia del pueblo contra la de los nobles, más aún lo harían con la del palacio, los plebeyos comunes, los sirvientes de nobles o empleados de tabernas, incluso, distinguían sus rangos como superiores e inferiores. Vio también a algunos nobles paseando altivos entre los mercados siendo reverenciados y sin devolver el saludo a nadie. Ese era un lugar de oscurantismo para las mujeres y para cualquiera con una cinta sin botones dorados en la cabeza. Enfermos y vagabundos eran rechazados o apedreados para intentar evitar una plaga por sus simples aspectos, después por los rumores.

— "El tío Seung Ju me había hablado de esto antes de irse. Desde antes de la guerra en la que asistió papá, la mayor parte de la población ya era de campesinos y granjeros y vivían fuera de las ciudades, la mayoría en pequeñas villas o pueblos. Sólo algunos como herreros, carpinteros y comerciantes se establecían en las ciudades y ofrecían sus servicios a los nobles que se establecieran allí. Además de ellos y sus familias, sólo podrían verse a los sirvientes de la nobleza en las callejuelas. Después de la coronación de emperador siguiente al abuelo de Yul y Ari, toda la zona sur se fragmentó. Se volvieron épocas violentas y desordenadas, con constantes riñas entre soldados y plebeyos, algunos por defender sus tierras que les eran arrebatadas por casi cualquier noble, otros por oponerse al nuevo imperio y otros sólo por sobrevivir. Los ricos quitaban lo que tenían a los pobres y luego los obligaban a pagar tributos con dinero o trabajo. Ari dijo que ahora estaba aún más rota. Que se dividían ya no sólo por eso, sino que era más marcada la diferencia en su posición social, mentalidad y riquezas. Quien tenga más y pague en oro sería el más poderoso, pero este poder sólo convergerá en el hombre. Dijo que las mujeres aquí no pueden hacer nada sin el permiso de sus maridos o padres. Ellas permanecen como cualquier campesino, a no ser que hayan nacido en la nobleza. Entonces son enseñadas a recitar, a hablar con propiedad y a ser virtuosas. Los guardias, los sirvientes, todos estos lujos son sólo para procurar la buena imagen de los nobles y que así los plebeyos les sigan por sus principios impuestos desde niños. Tan triste." —Volvió la mirada hacia el moreno a su lado. No se había inmutado en lo más mínimo, incluso al escuchar las voces de los lugareños murmurando sobre su aspecto, preguntando por su identidad y hablando sobre estar siguiendo a lord Sin. Después, sin aires de enojo o soberbia, Jeong miró a la multitud que se hacía a un lado al paso de los caballos y notó a varias mujeres que se murmuraban y sonreían mirando al menor.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora