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En la aldea de Yangdong ya comenzaba a dominar el pánico y la angustia surgidos desde los rumores de lo narrado por los sobrevivientes; esparcido por médicos o sus ayudantes, por conocidos, amigos, sirvientes o mensajeros que algo hubiesen escuchado en su búsqueda por los desaparecidos.

Para las pobres víctimas del desastre, aquello no había sido nada sino un cortejo a la ruina. Una fiera invitación a la desolación para volver a posarse sobre ellos como una fría manta mortífera.

Dijeron que habían sobreestimado su fuerza. Que no sería nada que el general Song no pudiera revertir con su nuevo cuerpo de soldados, pero el miedo crecía con cada mañana, como el sol al asomarse desde el oriente, mas no se iba con él al anochecer. Los nobles perdían credibilidad ante sus promesas de tener todo bajo control y los suministros comenzarían a ser insuficientes antes de terminar el primer mes de invierno.

Maldición. Maldición. Maldición.

Resonaba en las voces de los hombres de familias que una vez fueron poderosas y adineradas como un canto coral en un globo de pensamiento.

Tras ocho días de contienda, todo lo que sabían era que el ejército estaba siendo barrido con armas y en batallas cuerpo a cuerpo tan feroces que era imposible no repudiarlas. Habría ya cadáveres y sangre desvaneciéndose en todo lo que fue la majestuosa senda hacia las puertas, aún en pie, de la ciudad principal y no habían podido, siquiera, darse por enterados de una sola baja en el ejército contrario...





"Digan a su emperador: si quiere declararnos la guerra, deberá prepararse para una infinita, porque ustedes no son capaces de enfrentarnos. Aniquilaremos a cada hombre que envíe..."


— Parece que reprochan. Sí. —Dijo tranquilo Yul dejando el té de vuelta en la mesita al frente.

— ¿Un reproche? —Se asombró Yoon Kyung Ji dejando a su lado la hoja de la que había leído, incompleto, aquel mensaje.
— ¿De qué habrían de reprochar? ¿Y quién?

— Escuché sus palabras antes, lord Yoon, pero es ilógico acusar a la casa Choe o a cualquiera en el norte sólo porque ha cesado el comercio. Debo recordarle que fue el sur el primero en dejar de cumplir sus tratados.

— Nuestros comerciantes eran masacrados...

— ¿Y le consta que fue gente de las villas al norte? Hasta donde me ha dicho, esas personas murieron alrededor de la montaña y, de nuevo, le recuerdo que la montaña tiene al menos tres cuartas partes en toda la zona sur. Lo único que tendría a favor para tal acusación es la extensión que se desplaza hacia Gangwon, pero ningún cuerpo fue encontrado allí, ¿o sí? —Hubo silencio.
— El norte tiene tantas razones de asesinar a sus comerciantes como las tengan ustedes. En lo que a mí concierne, deberían preocuparse más si es que existe alguna. Por otra parte, es evidente que ese mensaje reprocha la inconsciencia de enviar gente a morir por una guerra que ya tienen perdida.

— ¿Eso cree usted, jovencito?

— ¿Y qué supone que debemos hacer? —Inquirió, finalmente, el general al otro lado. — ¿Rendirnos? ¿Dejar que destruyan a nuestra sociedad? Están amenazando al emperador.

— Con todo respeto, lord Song —Corrigió aun en total calma —: yo no escuché ninguna palabra de amenaza, simple y sencillamente advierten que, si siguen enviando tropas, ellos seguirán dando batalla también.

— Pero ¿con qué fin? Si no son del norte, ¿qué sugiere, lord Yul? Escuchó las palabras que nos enviaron con sus propios oídos.

— Aseguro que no es un ataque del norte. No cometan el error de atacar a gente que en realidad no tiene nada que ver con sus actuales situaciones. Deberían buscar entre sus propias memorias las razones de las que son culpables y quizás encuentren a aquellos que ahora mismo han tomado la ciudad.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora