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El crudo invierno estaba en su punto más frío. Los árboles se habían quedado sin follaje y sus ramas eran tan frágiles que sólo tocarlas podía trozarlas. El paisaje era blanco por la nieve que lo cubría y lo único que resaltaba con elegancia eran los colores vivos de los abrigos de tres concubinas que paseaban junto a la emperatriz asistidas por sus sirvientes y un grupo de guardias. Dorado, púrpura, rosa brillante y verde esmeralda eran los colores de sus ropas respectivamente, mientras que los guardias vestían todos sus uniformes blancos y azul turquesa y las criadas llevaban colores sobrios, pero aún diversos.

— Es una alegría saber que el décimo quinto príncipe se haya mejorado de ese resfriado. —Hablaba la emperatriz. Se dirigió a la dama junto a ella y le llamó: — Consorte imperial Yoon, ¿cómo ha estado estos meses criando a la séptima princesa? —Ella miró al frente con arrogancia.

— Esa mujer Ji por lo menos dio a luz a una niña saludable.

— ¿Le ha dado problemas, hermana Hye San?

— En realidad, no. Es mi mayor victoria sobre Ji el haber conseguido que su majestad me dejara criar a su hija. El cuarto príncipe es, ahora, el mayor de los príncipes dentro del palacio, y con el sexto príncipe siendo hijo de la noble consorte Hee Jin —Miró a la mujer de abrigo verde a su lado fugazmente antes de volverse hacia la de dorado—, tenemos cubierto a su quinto príncipe, emperatriz. Para cuando la séptima princesa crezca, su devoción irá hacia el príncipe heredero.

— Entonces asegúrate de enseñarle bien, Hye San —Indicó la emperatriz—. El emperador aprecia al quinto príncipe y es su único heredero legítimo, pero aún tiene favoritismo hacia los hijos de Ji.

— Ahora que ella está en el palacio Yeon-og, su majestad no tiene interés especial en los príncipes cuarto y décimo y apenas si pregunta por la séptima princesa. Si algún día recuperan su aprecio, su majestad sabrá que no es por ella. —Se detuvieron al verse cerca de aquel palacio olvidado. Un alarido resonó en el eco e hizo que las cuatro mujeres retrocedieran un paso o dos.

— ¿Será ella?

— Dicen que hacen falta sólo unos días para caer en la locura allí dentro. Es como una enfermedad, una plaga para todas las mujeres que lo habitan.

— Ella era tan capaz, pero no midió sus acciones ni la fuerza contra la que estaba. Que desperdicio.

— Esperemos la noticia de su muerte pronto. Ella nació en una familia noble, claro que no podrá soportar demasiado tiempo.

Las cuatro se dieron la vuelta y continuaron caminando tranquilamente dejando atrás aquel sonido que las había asustado.








Gritos. Desgarradores y claros gritos de dolor salían de la mujer que daba a luz en ese momento. No es que tuviera la fuerza para hacerlo, pero el dolor llegaba a ser, cada vez, más insoportable y llevaba ya varias horas así. Pujó con fuerza y gritó al final de su esfuerzo ante el dolor que oprimía dentro de su vientre.

Aquella fría mañana los mun que habían cambiado había sido suficiente para conseguir varios baldes de agua limpia que hervían sobre el fuego constantemente.

— Una vez más, Ranwon. —Incitó la única mujer que la asistía, preocupada de ver su cara pálida por la perdida de sangre y el excesivo trabajo. — Puja fuerte. Una vez más.

— Ya no puedo, señora. —Sollozó sin fuerzas. Sus labios estaban resecos, su sudor le corría por la frente, el cuello y la espalda. — Me duele.

— Sé que duele, Ranwon, pero tienes que hacerlo o ambos podrían morir.

— Señora, no puedo. —Sollozó.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora